Tras una sequía extrema, vino una temporada de lluvias copiosas que en otros puntos del país se reflejó en desbordamiento de presas y ríos; pero en el caso del lago de Valle de Bravo —en realidad una presa que forma parte del Sistema Cutzamala—, extraña que ésta apenas se halle a un 60% de su capacidad.
La explicación, según organizaciones civiles y habitantes, es que particulares se apropian del agua de Valle de Bravo, canalizándola hacia por lo menos dos centenas de estanques, represas y lagos privados, generando problemas de suministro de agua que pese a las lluvias, hace que la recuperación de su nivel de almacenamiento actual sea de menos de dos terceras partes.
A decir de activistas y ambientalistas, el rumor de una futura escasez de agua para el Valle de México impulsó hacia Valle de Bravo un éxodo de empresarios que comenzaron a adquirir en sus cercanías grandes extensiones de terreno en los que han habilitado depósitos de agua de distintas dimensiones, en lo que parece ser una moda de ranchos en la zona.
Al hacerlo, estas familias están rompiendo un equilibrio para la distribución del agua del Sistema Cutzamala, además de no contar con ninguna licencia de impacto ambiental ni permiso de las comisiones estatal [CAEM] o Nacional del Agua [Conagua], lo que ha hecho que por instalaciones improvisadas y deficientes se haya llegado a afectar a comunidades mexiquenses como la de Los Álamos, donde hace poco más de un mes el reventamiento de una represa privada causó el desbordamiento del río Molino y una inundación posterior.
El del agua en Valle de Bravo es parte de un problema colectivo que ha generado en su entorno una cultura de apropiación del espacio público que sucede igual en las calles con gente que se siente con el derecho a hacer uso personal de lo que es de todos. La cara más conocida de esto es el ambulantaje y el apartado de lugares de estacionamiento para cobro por cuidacoches.
Sea entre clases ricas o pobres —estas últimas tal vez arropadas en el mensaje reivindicador del gobierno de devolver lo que pertenecía a las clases marginadas o participarles de lo que les ha sido negado—, este tipo de prácticas y abusos ha comenzado a multiplicarse a distintas escalas en los últimos años.
Por lo anterior es que hay que poner especial atención a no incentivar esta cultura del abuso —cuyas expresiones más extremas son la rapiña y el huachicoleo— e infundir por el contrario el respeto por la propiedad colectiva y los bienes de todos.