La Amazonía, que es como se denomina a la región en América del Sur que comprende el río Amazonas, sus afluentes y la selva que los rodea, está en peligro. Este portentoso bioma del clima terrestre, que con acierto ha sido denominado “Pulmón del Mundo”, sufre una de las peores devastaciones que como consecuencia traen aparejado un severo cambio climático, ya que este complejo aparato selvático funge como regulador medioambiental para todo el planeta.
En las últimas décadas la región ha sido objeto de tala de árboles, incendios forestales, explotación ilegal de sus yacimientos mineros, desplazamiento de sus pueblos indígenas, asentamientos humanos irregulares y conversión de las selvas en sembradíos o tierras de pastoreo, sin contar la contaminación de las aguas por diversos factores.
Todas estas actividades están causando un efecto desastroso en el clima mundial pues los científicos han encontrado que contrario a su función de reguladora del medioambiente del planeta, la selva por primera vez está produciendo más gases de efecto invernadero que los que aportaba en el siglo pasado.
El reto de su rescate no es fácil: implica frenar la conversión de las áreas selváticas en tierras de cultivo, fenómeno socioeconómico cuya expansión es acelerada y que se le ha denominado como la “frontera agrícola”, lo que implica una intensa campaña de educación entre los campesinos para evitar la apropiación de esas zonas y el desmonte de las selvas (mismo que una vez emprendido es irreversible), pero a la vez respetando las reservas indígenas y el modo de vida que estas comunidades han desarrollado en su interrelación con el medioambiente.
Otro escollo es el que representan las guerrillas locales —como la colombiana— que han tomado como base de operaciones y escondite la selva, y el narcotráfico, que ha creado zonas de cultivo de estupefacientes aprovechando el amparo que brinda la espesa vegetación amazónica, así como incentivando explotación minera clandestina y contrabando de maderas preciosas. Grupos que son tal vez, junto con campesinos y ganaderos inconscientes, los que están detrás de los incendios forestales que azotan recurrentemente al bioma y que seguramente en su mayor parte fueron provocados.
Finalmente, el último obstáculo a vencer es el político pues Brasil, que posee más de la mitad de la Amazonia y que es el principal receptor de los financiamientos internacionales con este fin, tiene un gobierno que se ha mostrado hostil con las organizaciones ambientalistas, por un mal entendido nacionalismo defensivo. Se requiere de un gran esfuerzo sensibilizador para salvar a nuestro principal pulmón planetario.