La colonia Condesa tiene la injusta fama de ser un lugar lleno de gente arrogante y snob; no digo que no haya allí personas con esos rasgos, como en casi cualquier otro sitio, pero en la Condesa hay una gran variedad de caracteres, personalidades y posibilidades de contacto humano. Continuamente debo aclarar los malos entendidos sobre tal barrio: en esa colonia están algunos de los lugares más amables y placenteros, generosos y llenos de luz, de la Ciudad de México. Por ejemplo: un puñado de librerías.

Hay en la Condesa, como digo, una buena cantidad de buenas librerías, al igual que en la colonia Roma; allí está mi favorita entre todas las de nuestra metrópoli: La Torre de Lulio, que ha tenido locales condeseros en un área más o menos definida, nunca muy lejos de su primer dirección. Estuvo al principio en la avenida Nuevo León; luego en la calle de Ozuluama; ahora será reinaugurada en un local, aireado y cómodo, en el número 38 de Fernando Montes de Oca, casi en la esquina con Atlixco.

Si uno habla de una librería organizada a la manera tradicional, debe forzosamente hablar del librero que la encabeza. Durante muchos años, los preparatorianos curiosos de mi época íbamos a la avenida Hidalgo a conversar con Polo Duarte en Libros Escogidos. Cuando podíamos, comprábamos algún tomito; nunca de ese bárbaro modo reprobado por Borges: “crasamente, en montón”, sino uno por uno. Ahora hay un librero de esa estirpe: Agustín Jiménez, joven maestro mío, poeta y persona cultísima, además, claro, de librero eminente.

Agustín Jiménez —y dos de sus hermanos, Araceli y José Luis— han trabajado en La Torre de Lulio, al servicio de los lectores, durante largos años; gracias a ellos el prestigio del negocio se ha consolidado y ha crecido sin pausa. El “jefe” Agustín, como estamos todos de acuerdo en llamarlo, le da con su presencia y su gentileza un ambiente único de hospitalidad y afabilidad a la librería. La Torre de Lulio es un lugar de encuentro, de conversación, de estudio, de gusto por las ideas y por la vida en la ciudad.

No vivimos en México tiempos favorables para los libros. Por eso mucho tiene de heroico, de admirabilísimo, que una buena librería persista, sobreviva, prospere. Es el caso de La Torre de Lulio y es motivo de fiesta, de alegría, para todos sus clientes, amigos y seguidores.

Las vueltas de la vida han obligado a estos libreros, bibliófilos y consumados lectores, a una cierta dosis de nomadismo; arriba enumeré tres de sus direcciones en los años recientes. No importa: no renuncian, no se amilanan, siguen adelante. Son un ejemplo en este país de quebrantos continuos, de crisis indetenibles, de complicaciones destructivas.

¿Qué necesita México ahora, siempre? Buenas librerías, circulación de ideas, reflexión y debate inteligente; para eso hacen falta los libros.

La reinauguración de La Torre de Lulio será el miércoles 28 de agosto a las 7 de la tarde.

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