En mi experiencia de vida, casi no hay regalo semejante (diría, mejor: autorregalo) al de la consulta libre y aun aleatoria del diccionario. ¿Qué diccionario? La verdad, casi cualquiera, ya sea especializado, enciclopédico o lexicográfico. El diccionario por antonomasia, el primero que se nos viene a la cabeza, es sin duda este último: el que lleva a cabo una junta de palabras (eso significa “diccionario”) para explicarnos su significado, a veces su historia y su etimología, las formas en que se ha utilizado.
Un diccionario que consulto ávidamente es el sinóptico de la Lengua Española de la Academia. Lo veo en mis dispositivos electrónicos; me saca de dudas que necesito aclarar con cierta urgencia y me sirve en las clases para despejar oscuridades.
No todas las palabras están en sus páginas, ni siquiera una parte sustancial o significativa del patrimonio léxico de nuestro idioma. Pero puedo consultar allí lo que me hace falta en un momento de apremio. A veces lo consulto por puro gusto, o bien para reforzar algo que ya sé pero que sospecho que puedo enriquecer. Puedo, por ejemplo, asomarme a la definición de “enálage”, que es una rareza técnica; pero también podría buscar el verbo “dejar”, que a primera vista no presenta ningún problema pero que merece una larga entrada en el libro porque tiene una notable riqueza semántica.
Hace unos días hice pesquisas sobre las cuales doy aquí noticia. Consulté palabras muy normales, pero de esas averiguaciones quedó una serie de enseñanzas curiosas.
En la tercera acepción de “necio”, en mi diccionario manual del español se lee: “Terco y porfiado en lo que hace y dice”, lo que me llevó a consultar la palabra “terco”, en la que registré estos tres sinónimos que sirven ahí como explicación: “Pertinaz, obstinado e irreductible”.
Di unos pasos atrás y leí con cuidado, nuevamente, la entrada de la palabra “necio”. Vi que las dos primeras acepciones eran alarmantes: “Ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber”, en la primera acepción; y “Falto de inteligencia o de razón”, en la segunda.
Desde luego estoy muy lejos de afirmar que los tercos son necios en estos dos últimos sentidos, pero estamos aquí en el mismo campo de significados, como resulta evidente.
Una persona que porfía en lo que cree o en lo que cree saber —es decir, se obstina, irreductiblemente— puede perder el rumbo de la razón, de la inteligencia, del conocimiento; queda muy lejos de la sabiduría, de la sensatez, del mero sentido común, y peligrosamente cerca de la ignorancia destructiva.
Por todo esto llama la atención que alguien presuma de ser terco o aun “muy terco”.
Pero, en fin. Eso es lo que pude consultar en el diccionario al que suelo hacerle preguntas muy sencillas. Es posible que otras personas tengan otros diccionarios. Es posible. No lo sé. Y no me voy a obstinar terca o neciamente en buscar otros significados, pues dudo de su existencia.