Nos encontramos a la mitad del verano y ya existe evidencia de autoridades ambientales y organismos internacionales de que el calor está siendo el más intenso en décadas. En mares, desiertos y ciudades, incluida la propia CDMX, se han alcanzado temperaturas extremas que ya han cobrado vidas humanas. Pero en pocos lugares del mundo se están tomando medidas de política que permitan ya no revertir el daño causado a la naturaleza, sino al menos detener su deterioro. Lamentablemente se sigue pensando que el mercado resolverá todo, cuando en principio lo más probable es que la situación actual haya sido determinada precisamente por esa fe ciega en los mercados.
Está de sobra documentado que el cambio climático es una realidad. Hace apenas veinte años había voces que todavía lo cuestionaban. También parece un hecho conclusivo que el fenómeno obedece a la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), aunque durante mucho tiempo había hipótesis alternativas, como la caída del meteoro en la región de Tunguska, Rusia, o la de los ciclos geológicos. La evidencia acumulada en los últimos años parece hacer irrefutable que el cambio en la naturaleza obedece a actividades humanas. Aun así, como especie, estamos haciendo muy poco, semejante a pretender apagar el incendio de un edificio con una cubeta de agua.
El uso del plástico se hizo masivo hace apenas unas décadas. Aquí mismo, en México, la mayoría de las bebidas azucaradas se vendía en botellas de vidrio retornable. En los años noventa del siglo pasado las cosas cambiaron y poco a poco se introdujo el plástico pet, de modo que la industria refresquera no sólo envenenaba a la población, sino también a la naturaleza. Lo mismo ocurrió con las bolsas desechables, que sustituyeron al papel y otros materiales biodegradables para convertirse en una plaga. De igual modo está de sobra documentado que los microplásticos están en todos lados: desde el fondo del mar hasta en nuestros propios cuerpos circulando alegremente y dañando nuestro organismo. Nuevamente, no estamos haciendo nada o tímidamente se empieza a considerar un problema de salud pública internacional.
Lo mismo ocurre con el uso del suelo a nivel internacional. La industria minera destruye y degrada los suelos del mundo y la alimentaria, destruye bosques y selvas, en muchas ocasiones no para producir alimentos de primera necesidad, sino para aceite de palma que es un insumo de diversas golosinas que no tienen ningún aporte nutrimental a la dieta, sino que por el contrario, contribuyen al incremento de enfermedades cardiovasculares. Nuevamente, no sólo se producen productos cuya ingesta provoca obesidad y diabetes, sino que a su paso destruye la naturaleza. ¿Hay quien se pueda oponer a las fuerzas del mercado que indican que se produce lo que se demanda, aunque con ello se destruya a la naturaleza?
El problema ecológico internacional debería ser el más importante tanto a nivel local como internacional. No es así. En años previos se han dado episodios de muertes por golpes de calor en las regiones más calurosas del mundo, que alcanzan más de 50 centígrados, pero todavía no es un número suficientemente alto como para llamar la atención. Lo más probable es que la pérdida de vidas humanas seguirá creciendo, tanto por olas de calor como por exceso de contaminación hasta que los gobiernos del mundo tomen en sus manos estos problemas y lo vean como un problema serio de política pública. Lo mismo pasará con empresas y sociedad civil. Cuando las muertes dejen de contarse en cientos y se conviertan en decenas de miles, posiblemente empezaremos a hacer algo. El riesgo es que sea demasiado tarde, como el vehículo que está por estrellarse y el activar el freno no evita el choque. Esperemos estar a tiempo.
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Se desató un debate nacional respecto al contenido de los libros de texto. Bienvenida la discusión. Lástima que no se haya dado un evento como este hace décadas. En definitiva, es necesaria la participación de la sociedad civil para redireccionar el rumbo que los gobiernos en turno estén tomando. Para que la discusión sea fructífera es necesario reconocer que el problema del atraso en el nivel educativo nacional es mucho mayor que sólo el tema de los libros de texto gratuitos. En más de veinte años de vida docente universitaria, he visto lamentablemente que la educación no ha evolucionado sino lo opuesto: involucionado. Bienvenida la discusión a un importante tema, pero es necesario hacerlo con argumentos sólidos y elementos pedagógicos, de otro modo se podría caer en lo mismo que algunos acusan: adoctrinamiento ideológico.
Docente de la maestría en Economía, FES-Aragón-UNAM y UDLAP Jenkins Graduate School.