El confinamiento y la educación a distancia han recorrido otro velo que enmascaraba una tragedia: el escaso acceso a dispositivos tecnológicos y adecuada conexión a internet. En el caso ideal en que los alumnos y docentes tienen las herramientas adecuadas para impartir y tomar clases, ambos se verán beneficiados con mejores competencias cuando las cosas vuelvan a la relativa normalidad. De hecho, en algunos casos será difícil pensar en regresar a la modalidad presencial. Sin embargo, en el caso de aquellos que no cuentan con las herramientas adecuadas para el aprendizaje a distancia, el riesgo es que la brecha de conocimiento, información y habilidades tanto para el trabajo como para la vida diaria será mayor entre los diversos sectores de la población. A la postre, esto profundizará la desigualdad en la distribución del ingreso generando un mundo, donde será más notoria la distancia salarial entre diversos sectores de la población.
El confinamiento ha provocado que muchas actividades se tengan que reinventar. Si bien es verdad que el teletrabajo ya comenzaba a incursionar en diversos sectores de la economía y que la educación a distancia, a través de métodos virtuales, también era una realidad, la pandemia ha forzado al mundo entero a incursionar en plataformas digitales para poder tener tanto reuniones de trabajo como actividades docentes. Lo que antes rara vez se permitía, como firmar documentos de manera digital, ahora se ha convertido en la regla. Las plataformas virtuales han demostrado ser prácticas para tener reuniones de trabajo con personas de, literalmente, el mundo entero sin que ninguno de los participantes deba salir de su casa u oficina. Lo mismo ocurre con la educación.
A un año de distancia muchas empresas han desaparecido, pero se han creado otras. Aunque el resultado neto es negativo, no hay duda de que cuando el confinamiento se levante, tendremos un interesante repunte económico. Uno de los sectores más afectados por la pandemia es el educativo. Tanto en el sector público como en el privado; el primero, al menos tiene el soporte y apoyo de Gobiernos federales o estatales, el segundo no cuenta con respaldo alguno. Esto ha provocado que muchas escuelas privadas, de todos los niveles educativos, hayan cerrado sus puertas. Algunas incluso con trayectorias de décadas. Las escuelas públicas han afectado a las actividades económicas que existen alrededor de ellas: desde la señora que vende chicharrones, hasta los antros y cantinas que existen alrededor de las universidades. En resumen, el sector educativo y conexos se encuentran profundamente heridos, tal vez de muerte.
El impacto económico es tal vez la principal razón por la que existen presiones para que la educación vuelva a la normalidad. Esto podría ser posible, pero implica dar prioridad, en el proceso de vacunación, al personal docente y administrativo de todo el sistema educativo nacional. Tanto entidades públicas como privadas. No sólo está en riesgo la existencia de las instituciones educativas, sino el ecosistema económico que cohabita con ellas. Esta es una razón importante para acelerar el regreso a clases de modo presencial.
Si se decidiera hacer las cosas de dicho modo, aún así el sistema educativo nacional habrá cambiado dramáticamente. El genio salió de la lámpara y no será posible regresarlo. Al menos no totalmente. Lo que es un hecho incuestionable es que, en nuestro papel de docentes, empresarios, estudiantes, trabajadores, o el que nos corresponda, no hay más alternativa que subirnos al tren tecnológico. El cambio tecnológico ha movido al mundo desde que los humanos se levantaron por encima del resto de los animales y esto no sólo no se detendrá, sino que seguirá creciendo de modo exponencial. Como sociedad y como individuos, lo mejor que podemos hacer es esforzarnos para de una vez por todas incursionar en el mundo tecnológico. No hacerlo, provocará que la brecha entre ricos y pobres sea cada vez mayor.