Según la RAE, la palabra gentrificación se refiere al proceso de renovación de una zona urbana, generalmente popular o deteriorada, que implica el desplazamiento de su población original por parte de otra de un mayor poder adquisitivo. Etimológicamente, gentrificación proviene del inglés gentrification que a su vez deriva en el término gentry, empleado por la socióloga británica Ruth Glass en el año de 1964, aludiendo a la aristocracia o la clase social alta en Reino Unido.

Este fenómeno ocurre en todo el mundo y se trata de justificar al relacionar la llegada de la clase social alta a la transformación urbana del barrio o colonia hasta incidir en la dinámica para convertir estos espacios en lugares más atractivos y exclusivos.

En la Ciudad de México, si bien hemos sido beneficiados por los procesos de migración, convirtiéndonos en una ciudad pluricultural con profundas raíces históricas pero abierta a incorporar nuevas dinámicas, culturas y hasta gastronomías, este fenómeno no es ni de cerca algo parecido a la gentrificación y es gravemente confundido.

La migración ocurre por procesos políticos, laborales y de condiciones humanitarias en el que la gente se adapta a un entorno sin el ánimo de conquista, sino de supervivencia. La gentrificación en cambio, en su mayoría de procesos, ocurre con el interés de desplazar a los originarios, apropiarse del espacio urbano. Y si a eso le sumamos que en la Ciudad enfrentamos la mentalidad de grupos de derecha por los que, ante cualquier intento de transformar, terminamos siendo víctimas, como en el caso de los “carteles inmobiliarios” que en estos procesos de gentrificación han favorecido los desarrollos inmobiliarios desordenados, excesivos e invasivos, hasta lograr el desplazamiento de los residentes originales. La subida de precios en la vivienda y el encarecimiento de los servicios provocado por el negocio del “cartel inmobiliario” ha implicado que residentes originales no puedan permitirse pagar el lujo de vivir en su barrio o su colonia, esto lastimosamente expulsa y desdibuja la identidad comunitaria y el tejido social, lo que resulta hasta inconstitucional porque con ello perdemos algo fundamental que es el derecho que tenemos a la Ciudad.

Hay que darle la vuelta al panorama adverso, ya están aquí y no todo es necesariamente malo en la gentrificación, si nos ponemos un poco creativos y propositivos, si se establecen normativas claras y políticas urbanas que eviten la exclusión y generen bienestar, podemos traducirlo a beneficios potenciales: mayor inversión, mejora de servicios, incorporación de áreas y espacios verdes, aumentar la presencia de seguridad, diversificación de la economía popular de la zona, apertura de comercio y con ello generación de empleo, como restaurantes, tiendas y centros culturales.

Todo lo anterior no podría darse, ni puede permitirse, sin tener en cuenta que los beneficios deben ser equitativos; no como ocurre actualmente que solo beneficia a los nuevos residentes y propietarios, deja prácticamente fuera a los residentes originales, sin dejar de lado que poco a poco hemos perdido identidad y autenticidad en muchas zonas históricas de nuestra capital, al grado que ya ni de hablar español se acuerdan.

Maestra en derecho constitucional y derechos humanos

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