uiero empezar diciendo que estoy convencida de que México necesita urgentemente una reforma estructural al sistema de justicia, y por eso he seguido de cerca y con gran interés el proceso de la reforma judicial que se votará este 1 de junio. Pero también debo confesar que desde que se planteó la misma, estoy convencida -y ojalá me equivoque- de que esta no es la reforma que necesitamos. Y que no solo no resolverá los problemas de fondo que tiene nuestro sistema, sino que incluso podrá agravarlos.

Asistí a las marchas. Me manifesté. Lo hice no para defender a ciegas el sistema judicial actual —porque sin duda hay mucho que criticar—, sino porque creo que esta era una oportunidad histórica que se desperdició. Se pudo haber planteado una reforma estructural que involucrara a Ministerios Públicos, Fiscalías, defensorías de oficio, y no solo enfocarse en quienes imparten justicia. Reformar solo una parte del engranaje no basta cuando el sistema completo está colapsado.

Pero ya estamos aquí, ya no hay nada que hacer, y hoy toca decidir si este próximo domingo vale la pena o no salir a votar. Para quienes aún lo están pensando, comparto mi opinión personal.

Uno de los puntos que más me preocupa es la calidad de los perfiles propuestos. Algunos de los candidatos y candidatas que aparecerán en la boleta no tienen experiencia judicial, otros tienen antecedentes penales, han sido acusados de violencia sexual, están vinculados a sectas religiosas como la Luz del Mundo o incluso con la delincuencia organizada. Otros tienen filiación política abierta, lo cual compromete directamente el principio de imparcialidad judicial. Esta reforma, tal como está planteada, además de incluir perfiles de altísimo riesgo, parece premiar la popularidad por encima de la preparación, y eso es un riesgo para todas y todos.

Otro problema es la cantidad: son demasiados perfiles. Es imposible que las y los ciudadanos podamos conocerlos a profundidad o que podamos evaluarlos con seriedad. ¿Quién tiene el tiempo o los medios para investigar a decenas y decenas de aspirantes, muchos de ellos sin historial público verificable? Y peor aún, si para quienes somos abogadas entender cómo funciona el Poder Judicial ya es complicado, ¿cómo esperamos que el resto de la ciudadanía comprenda bien a qué se dedica un juez de distrito, un magistrado de circuito o un ministro de la Corte? No se ha socializado ni explicado adecuadamente esta reforma, y de pronto se nos pide votar por cargos que no terminamos de entender cuáles son sus funciones ni cómo estas nos pueden afectar.

Además, el hecho de que tengan que hacer campaña para conseguir votos pone en riesgo la independencia judicial. ¿Qué puede ofrecerte una persona juzgadora en campaña, más allá de prometer hacer bien su trabajo? A diferencia de un político, que puede proponer políticas públicas, proyectos o iniciativas legislativas con las que te puedes sentir identificada, un juez no debería hacer promesas (de qué, ¿de fallar a tu favor?), ni repartir volantes ni rogar por votos. Debería simplemente juzgar con imparcialidad, con rigor jurídico y con ética. Nada más.

Podría seguir enumerando las múltiples fallas de fondo y de forma que veo en esta reforma y las razones de por qué creo que será un desastre -que, insisto, espero equivocarme.- Sin embargo, a pesar de mi evidente pesimismo, creo que es fundamental salir a votar.

Primero, porque vivimos en una democracia, y participar en los procesos democráticos no solo es nuestro derecho sino también un acto de responsabilidad cívica. Segundo, Porque aunque esta reforma me parezca profundamente deficiente, sí hay perfiles valiosos en las boletas a quienes vale la pena defender y apoyar. Personas juzgadoras que han dedicado décadas a construir con integridad una carrera judicial. Mujeres que han roto techos de cristal, que han enfrentado obstáculos enormes para llegar a donde están. Y que hoy tienen que dejar su toga, salir a la calle a hacer campaña, y poner en manos del voto popular —y de su capacidad de convocatoria— todo lo que han construido. Pues ahora, su trayectoria entera depende de su capacidad para hacer campaña… cuando la popularidad jamás debería ser un criterio de evaluación judicial.

Votar también es un acto de solidaridad con quienes han trabajado dentro del Poder Judicial con convicción y compromiso. Que han hecho su trabajo con apego a la ley, y que ahora deben arriesgarlo todo en una contienda electoral que nunca pidieron.

Me resulta también sumamente preocupante que pareciera que no le estamos dando a esta reforma la importancia que merece. En las últimas semanas se han compartido pronósticos de que -si bien nos va-, habrá un 5% de participación ciudadana. Cinco por ciento. Esa cifra refleja muchos focos rojos: falta de información, de difusión, de interés y de sentido de urgencia frente a una reforma que nos afecta a todos. Porque lo que está en juego es quiénes van a impartir justicia en este país. No puede darnos igual.

Sé que muchas personas no saben aún por quién votar. Yo misma no tengo claro todos mis votos. Conozco personalmente a algunos de los candidatos, y a otros los he seguido de lejos. Pero aún estamos a tiempo de informarnos. El INE tiene información pública disponible. Y también existen plataformas ciudadanas como creada por la organización que sistematizó los perfiles con un semáforo de riesgo: verde para quienes tienen trayectoria y no muestran vínculos preocupantes; amarillo para quienes generan dudas; y rojo para quienes tienen antecedentes penales, nexos con el crimen organizado o afiliación política directa. ¿Es una herramienta perfecta? No. ¿Puede tener sesgos? Probablemente. Pero es un punto de partida para al menos asegurarnos de no votar por los perfiles altamente riesgosos.

Y si aún así no te convence ningún perfil, puedes anular tu voto de forma selectiva: votar únicamente por ministros o ministras, por quienes integrarán el Tribunal de Disciplina, o por el cargo que tú quieras. Pero, insisto, no hay que dejar de participar. Porque aunque esta reforma esté mal planteada, hay personas valiosas en riesgo. Y porque —por imperfecta que sea— la democracia no se fortalece con indiferencia, sino con participación activa, crítica y valiente.

Daniela Ancira Ruiz

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