No logro poner en palabras lo que he sentido estas semanas. La foto de Debanhi en la calle sola, las noticias de tantas mujeres desaparecidas, de madres y padres que no descansan buscando a sus hijas, las miles de mujeres que han salido a las calles a exigir justicia, las respuestas absurdas de las autoridades. Demasiados sentimientos de enojo, impotencia, y tristeza, pero sobre todo, de miedo.
Tengo miedo de salir a la calle sola y pensar que alguien me puede seguir, robar, asaltar, violar, desaparecer, matar. Veo los rostros de los padres y madres en los medios de comunicación buscando desesperados a sus hijas y pienso que en cualquier momento pueden ser los míos buscándome. Veo las declaraciones de las autoridades responsabilizando a las víctimas, y me dan ganas de quemarlo todo.
Tan solo ayer el fiscal de Nuevo León declaró que las mujeres que desaparecen de sus casas son porque salen voluntariamente de ellas por rebeldes. Pienso cuántas veces yo he estado en esa situación por la que las autoridades tanto culpan a las víctimas, y no puedo ni contarlas. Cientos de veces he salido de fiesta con mis amigas, cientos de veces he tomado un Uber, cientos de veces he hablado con desconocidos en un bar. Escucho a las autoridades culpándonos por estos motivos, y pienso ¿y eso qué?
¿Qué importa la razón por las que salimos de nuestras casas? Si nos emborrachamos, nos fuimos de fiesta, salimos a tomar aire, a pasear al perro, a correr, o al trabajo, ¿por qué tenemos la culpa de desaparecer?
Leo decenas de comentarios en redes sociales culpando a las amigas de Debanhi por dejarla sola, a hombres diciendo que para qué nos exponemos subiéndonos borrachas a un taxi, que eso nos pasa por hablar con desconocidos. ¿En qué momento se volvió nuestra culpa?
La realidad es que nos están matando, y las autoridades no están haciendo nada al respecto. Como mujeres no nos queda más que vivir en estado constante de alerta (o más bien de pánico), cuidarnos las espaldas, avisar en todo momento dónde estamos y con quién nos fuimos, y esperar que no nos pase nada.
Lo que estamos viviendo es una consecuencia de la violencia machista que hemos sobrevivido por años. Un feminicidio es el último eslabón en la cadena de violencia contra las mujeres, que termina en la desaparición y muerte violenta de miles de mujeres al año. La solución no es aumentar las penas, no es la prisión preventiva, no es, desde luego, culpar a las víctimas.
La solución debe ser integral: capacitar en perspectiva de género a las autoridades encargadas de la investigación de los delitos, empoderar a las niñas y mujeres, trabajar para eliminar la violencia intrafamiliar, educar a nuestros niños, comprometer proactivamente a los hombres en las estrategias para eliminar la violencia contra las mujeres, promover la igualdad de género, incrementar los centros de atención para mujeres y niñas víctimas de violencia, acabar con la militarización del país, deconstruir los roles de género, entre muchas otras que hemos venido proponiendo en mesas de trabajo, marchas y leyes desde hace años, y que las autoridades parecen hacerse de oídos sordos.
La violencia contra las mujeres debe ser la preocupación principal de nuestros gobernantes. Las mujeres vamos a seguir saliendo de nuestras casas, y queremos regresar vivas, creo que no es mucho pedir.