Comienzan las épocas navideñas, y para muchos es la época favorita del año. Son tiempos de fiestas con amigos, reuniones familiares, y regalos. Desafortunadamente, son épocas donde también aumenta la delincuencia en nuestro país, en particular, el robo.
Hace apenas unos días, mi familia fue víctima de robo a casa habitación. Quienes entraron a nuestra casa, se llevaron todo lo que vieron a su paso: cosas que duelen, desde luego, por su valor económico; pero también, cosas que duelen aún más por su alto valor sentimental. Afortunadamente, los daños fueron solamente materiales, y fuera del susto, todos estamos bien.
Cuando lo platiqué con amigas, vecinos, e incluso al denunciar en el Ministerio Público, todos coincidieron en que “es la época”. Es la época donde el robo aumenta hasta en un 80% 1 , donde nos recomiendan como ciudadanos ser más precavidos, no llamar la atención, no cargar con efectivo o con cosas de valor.
Son muchos los sentimientos en torno a lo vivido durante los últimos días. En primer lugar, es alarmante lo normalizado que tenemos el hecho de que alguien entre a tu casa y te robe. Es una noticia que ya ni siquiera nos sorprende, lo tomamos como algo que eventualmente te puede pasar, que muy probablemente ya le sucedió a tu vecino o algún conocido, y que por la época o por la mala suerte, simplemente sucede.
Segundo, la impotencia de no poder hacer nada al respecto más que reforzar la seguridad en nuestras casas. La frustración de saber que allá afuera, la prevención del delito no es una prioridad para nuestros gobernantes, si no que lejos de ello, lo único que nos siguen proponiendo son políticas populistas y punitivistas que -sobra evidencia que lo demuestre- de nada sirven para combatir la delincuencia, como la militarización del país, la prisión preventiva oficiosa, o aumentar las penas para quienes cometen un delito.
Mientras estaba en el Ministerio Público denunciando, pensaba, ¿quiénes habrán sido esas personas que entraron a mi casa a llevarse tantas cosas tan importantes para mi familia? ¿por qué lo habrán hecho? ¿si los agarran, qué va a pasar? ¿realmente sirve de algo denunciar?
Personalmente, muchas creencias mías se vieron confrontadas ante este episodio. Por un lado, mi trabajo como directora de La Cana me ha permitido visitar decenas de cárceles, y me da una muy buena idea de cómo pudieron haber sido esas personas que entraron a mi hogar. Pienso que seguramente serán personas de bajos recursos, que encontraron en la delincuencia un camino fácil para ganarse la vida. Me permite empatizar con sus historias, y no guardarles rencor a las personas, si no a entender sus contextos. Por otro lado, se despierta mi lado vengativo al pensar que alguien irrumpió en mi hogar, en mi espacio seguro, y que se llevaron consigo, -más que las cosas materiales-, algo mucho más valioso y difícil de recuperar: la paz de mi familia.
Desde luego que quiero justicia, quiero que exista una consecuencia a este delito del cual fuimos víctimas. Sin embargo, sé -por una década de experiencia trabajando en el sistema penitenciario- que aunque capturen a estas personas y las metan a la cárcel, ésta tampoco es la solución. La cárcel únicamente va a perpetuar esos contextos de violencia y de pobreza que llevaron a las personas a delinquir en primer lugar. En la cárcel estas personas solo continuarán anidando sentimientos de resentimiento y de venganza, y muy probablemente tejerán nuevas y mejores redes en la delincuencia para cuando obtengan su libertad.
Recuerdo muy bien alguna vez que entrevisté a una mujer en prisión por este mismo delito, y me dijo “yo le robé un par de cosas a unos ricos que pueden reponer, pero eso que a ellos no les importa, a mí me cambió la vida.” Cuando ella salió de prisión, con todos sus ahorros, abrió su fonda de comida corrida y a unos cuántos días de la inauguración, le robaron todo. Me dijo que no fue hasta entonces que se dio cuenta del daño que había causado. Desde luego no coincido con su razonamiento, y para nada estoy insinuando que el “ojo por ojo” sea la solución. Pero si algo aprendí de este testimonio, es que lo que necesitamos no son más alarmas ni cámaras de seguridad.
Lo que realmente necesitamos es sanar el tejido social que nos divide, entender que todos somos parte de una sociedad y dejar de tener esta visión individualista de solo ver por nuestro propio bienestar, sin importar lo que le pase al de junto.
Necesitamos crear oportunidades para que la gente no encuentre en la delincuencia una mejor opción de vida. Necesitamos trabajar con nuestras infancias y nuestros adolescentes, para que crezcan en una sociedad donde encuentren un sentido de pertenencia, donde tengan acceso a educación, donde aprendan a ganarse la vida de manera digna, donde todos y todas nos sintamos parte de una misma comunidad que debemos cuidar y preservar porque es nuestra casa. Necesitamos trabajar en las causas, más que en las consecuencias. Necesitamos crear las condiciones donde todos y todas tengamos una mejor calidad de vida.
De lo contrario, seguiremos lamentándonos por la época, la mala suerte, y culpando a las víctimas por no tener suficiente seguridad en casa. Y seguiremos sin dormir en paz sabiendo que ni siquiera dentro de nuestras propias casas, estamos seguros.
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