China se ha consolidado como una potencia comercial global en las últimas décadas. Aún en medio de la pandemia de Covid-19, mientras gran parte de las economías sufrían contracciones históricas, el gigante asiático logró mantener crecimiento positivo y reactivarse con rapidez.
En 2020, cuando el mundo se detuvo, China apenas se desaceleró y un año después ya mostraba un repunte extraordinario. Ese resultado fue posible gracias a una combinación de políticas activas del gobierno: estímulos fiscales y monetarios masivos, inversión en infraestructura y vivienda, apoyo a sectores estratégicos como tecnología, energía renovable y manufactura de alto valor, así como un sólido respaldo a pequeñas y medianas empresas. El Estado intervino de manera decidida, fortaleciendo tanto la demanda interna como la capacidad de exportación.
Además, China supo capitalizar la digitalización acelerada tras la pandemia. En cuestión de meses amplió sus plataformas de comercio electrónico, construyó nuevos centros de distribución y modernizó su red logística. Gracias a ello, el comercio exterior se convirtió en motor clave de su recuperación. El superávit comercial chino en años recientes demuestra la efectividad de este modelo: no sólo produce más, sino que también vende más y diversifica sus destinos.
Adaptabilidad versus encontrar el camino
El caso de México es distinto. Desde finales del siglo pasado, el país apostó por la apertura comercial con la firma de tratados como el TLCAN, hoy T-MEC. Esa estrategia permitió integrarse a la economía de Norteamérica, pero con un énfasis muy marcado en el mercado estadounidense y con menor diversificación hacia otras regiones.
Cuando llegó la pandemia en 2020, México experimentó una de las caídas más profundas de su historia reciente, cercana a 8.5%. La recuperación posterior ha sido parcial y más lenta, en parte porque las políticas aplicadas fueron más conservadoras: se evitó un gasto público agresivo y se prefirió mantener la estabilidad macroeconómica con un margen reducido de estímulos.
La diferencia también se refleja en el ámbito de la innovación. Mientras China destina más de 2% de su PIB a investigación y desarrollo, México apenas alcanza alrededor de 0.5%. Esta brecha explica por qué el gigante asiático ha escalado posiciones en la cadena de valor global, consolidándose en sectores de alta tecnología, mientras que México permanece centrado en la manufactura de bajo costo. A ello se suma el desaprovechamiento de sus propios recursos energéticos por falta de infraestructura, un sector energético dominado por oligopolios y sin la apertura suficiente para fomentar una competencia real que genere mejores condiciones de servicio. Todo esto se combina con políticas económicas más conservadoras y una visión comercial limitada, que prioriza únicamente lo negociado en tratados de libre comercio.
Si bien en los últimos años el país ha recibido inversión extranjera considerable y ha mostrado cierta solidez exportadora, su marcada dependencia de Estados Unidos y la ausencia de una política industrial de largo plazo siguen restringiendo su capacidad de proyectarse como una verdadera potencia comercial.
Platicando con el doctor Rubén Ibarra sobre la crisis comercial que hoy enfrenta el mundo, él comentaba que es paradójico ver cómo las naciones que pregonaron durante décadas el libre comercio, como Estados Unidos, hoy adoptan políticas proteccionistas. En este escenario, China parece adaptarse con más rapidez, ajustando sus incentivos y estrategias, mientras que México aún no encuentra el camino para aprovechar plenamente estas transformaciones globales.
En conclusión, mientras China combina intervención estatal, innovación y una visión global para mantener su liderazgo, México sigue apostando por la estabilidad y la apertura, pero sin un plan integral que le permita crecer al mismo ritmo. La lección es clara: no basta con abrir las fronteras, es necesario invertir en conocimiento, infraestructura y diversificación para competir en el escenario internacional.
Nuestro país tiene ante sí una lección clara: no basta con firmar tratados o mantener la estabilidad macroeconómica, se requiere una visión de Estado que impulse la innovación, fomente la infraestructura estratégica, colaboración con otros países fuera del bloque norteamericano y diversifique sus mercados.
China demuestra que la planeación de largo plazo y la inversión en conocimiento son claves para transformar una economía. Si México lograra aprender de esa experiencia y aplicarla en su propio contexto, podría aspirar no solo a integrarse en cadenas globales, sino a liderar sectores estratégicos y convertirse en un actor mucho más competitivo en el comercio mundial.
Académico de la Universidad del Valle de México Campus Zapopan