Durante décadas, los mexicanos crecimos con la idea de que, al final del camino laboral, nos esperaría una pensión digna. Una recompensa por los años de esfuerzo, por las horas extras no pagadas y por las cotizaciones quincenales que, religiosamente, salían de nuestros sueldos. Pero esa promesa se ha ido desvaneciendo con el tiempo. Hoy, millones de jóvenes y adultos en activo viven bajo una ilusión: la de que su retiro estará asegurado.

La realidad es cruda. La generación que se jubila bajo el Régimen de 1973 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) aún conserva un sistema generoso: su pensión se calcula en función del salario de los últimos años trabajados y puede alcanzar hasta 80% o 90% de su último ingreso. Es una pensión vitalicia, garantizada por el Estado.

Sin embargo, quienes comenzaron a cotizar a partir de 1997, y mucho más los de la generación Afore, viven una historia completamente diferente. Su retiro dependerá del dinero que hayan acumulado en su cuenta individual, una cifra que en la mayoría de los casos no alcanzará ni para cubrir la mitad de sus gastos básicos.

Las cifras son alarmantes: la mayoría de los trabajadores mexicanos que cotizan bajo el régimen actual apenas ahorran 6.5% de su salario, mientras que los expertos estiman que sería necesario al menos 15% para aspirar a una vejez sin precariedad. Esto significa que millones de jóvenes, hoy de entre 20 y 40 años, llegarán a los 65 sin los recursos suficientes para sobrevivir dignamente.

El sistema actual traslada la responsabilidad del retiro del Estado al individuo. En otras palabras: el futuro depende de ti y de cuánto logres ahorrar. Pero ¿cómo ahorrar cuando los salarios apenas alcanzan para cubrir lo básico?

México enfrenta una tormenta perfecta: bajos salarios, informalidad laboral y falta de educación financiera. La consecuencia es una generación que probablemente nunca conocerá la jubilación, sino que trabajará hasta el último día de su vida.

El problema no es solo económico, es social. La vejez sin ingresos se traduce en dependencia, pobreza y pérdida de dignidad. Es una deuda silenciosa que el país está acumulando con sus jóvenes.

Las generaciones de los setenta y ochenta pudieron confiar en un sistema solidario; las nuevas generaciones, en cambio, deberán construir su propio refugio financiero.

Ejemplo de realidad: si una persona de 30 años gana 15 mil pesos al mes y desea retirarse a los 65 con una pensión equivalente a 70% de su ingreso actual, necesitaría acumular alrededor de 4 a 5 millones de pesos en su cuenta de retiro. Para lograrlo, debería ahorrar —además de su aportación obligatoria— al menos 2 mil a 3 mil pesos mensuales adicionales de manera constante durante tres décadas. Si comienza a los 45, esa cifra se duplicaría. Estos números no buscan asustar, sino mostrar que la diferencia entre una vejez digna y una precaria depende de decisiones financieras que se tomen hoy.

Por eso, hablar de ahorro para el retiro no es una recomendación, es una advertencia. No basta con confiar en el gobierno, ni en las reformas futuras. Es momento de asumir responsabilidad personal.

Empezar a ahorrar desde hoy, aprovechar los instrumentos de inversión, aumentar voluntariamente las aportaciones a la Afore, e incluso buscar alternativas privadas son pasos indispensables para quien quiera un retiro con independencia.

La verdad es incómoda, pero necesaria: si no ahorras, nadie lo hará por ti.

El México del futuro no se medirá solo por su crecimiento económico, sino por la dignidad con que vivan sus adultos mayores. Y si no actuamos ahora, el país estará lleno de ancianos trabajando en la informalidad, vendiendo en la calle o pidiendo apoyo social.

Todavía estamos a tiempo de cambiar esa historia. El retiro no tiene por qué ser un sueño inalcanzable, pero requiere conciencia, disciplina y visión de largo plazo.

Porque el verdadero problema no será en qué año te jubiles, sino si tendrás con qué vivir cuando llegue ese día.

Quizá estamos frente a la mayor tragedia de nuestra época: haber normalizado la idea de que trabajar toda la vida no garantiza una vejez digna. Hemos permitido que la esperanza se desvanezca entre recibos de nómina y aportaciones mínimas, como si la vejez fuera un asunto ajeno. Pero no lo es. Cada joven que hoy posterga su ahorro está escribiendo el futuro de un México cansado, empobrecido y sin descanso. Aún estamos a tiempo de rebelarnos contra esa condena silenciosa: ahorrar no es egoísmo, es un acto de amor propio y de responsabilidad con el país que queremos dejar.

Académico de la Universidad del Valle de México Campus Zapopan

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