México ha vivido sexenios de esperanza frustrada. Culpar a los presidentes ha sido un deporte nacional: Salinas fue un ratero, Zedillo un inepto, Fox un hablador, Calderón un autoritario, Peña un corrupto, AMLO un terco... y la lista seguirá creciendo, como si cambiar de mandatario fuera sinónimo de cambiar de país. Sin embargo, es momento de hacernos una pregunta incómoda: ¿y si el verdadero problema no está en Los Pinos, sino en nosotros mismos?
En países como Alemania, Japón, Canadá o Noruega, la educación financiera es parte del currículo escolar desde edades tempranas. Los niños aprenden sobre el valor del dinero, la importancia del ahorro, el funcionamiento del crédito, el presupuesto familiar, el emprendimiento y la inversión. Esto no solo forma consumidores responsables, sino ciudadanos que entienden su rol en una economía nacional e incluso global.
En México, por el contrario, lo común es que las personas vivan al día, desconozcan el funcionamiento de productos financieros básicos y no tengan ningún tipo de ahorro para el retiro. Según la Encuesta Nacional de Inclusión Financiera (ENIF 2021), sólo 36% de los adultos mexicanos lleva un registro de sus gastos y menos del 10% invierte su dinero de manera formal. Además, más de 60% no tiene ningún tipo de ahorro para su vejez.
Este desconocimiento tiene consecuencias graves: familias endeudadas por compras innecesarias, jóvenes atrapados en créditos de consumo, adultos mayores sin pensión, y miles de personas cayendo en fraudes o esquemas piramidales por no saber identificar riesgos financieros básicos.
Pero no solo es una cuestión individual. Un pueblo sin educación financiera no puede construir una economía sólida. No se puede desarrollar una cultura emprendedora si no se sabe cómo manejar flujos de efectivo. No se puede exigir cuentas claras al gobierno si no se entiende cómo funciona el presupuesto público. No se puede generar riqueza sostenible si el impulso siempre es gastar antes que invertir.
¿Cómo ayuda la educación financiera al crecimiento económico?
Los países con mayor índice de alfabetización financiera son también aquellos con menor desigualdad económica y mayores índices de desarrollo humano. Esto no es coincidencia. Saber manejar las finanzas personales se traduce en menos dependencia del Estado, mayor inversión productiva, impulso al mercado interno y estabilidad macroeconómica.
Por ejemplo:
-En Suecia, más de 70% de la población invierte en fondos de pensiones o acciones. Esto genera liquidez para las empresas y dinamismo económico.
-En Japón, la cultura del ahorro ha permitido que los ciudadanos enfrenten crisis económicas sin depender exclusivamente de los programas gubernamentales.
-En Alemania, la educación dual (académica y técnica) incluye formación financiera para preparar jóvenes que comprendan su rol en la economía nacional.
-Mientras tanto, en México seguimos peleando por quién regala más, quién condona más impuestos, quién subsidia más servicios, sin darnos cuenta de que la verdadera justicia económica no se basa en dádivas, sino en conocimiento.
UN CAMBIO DESDE ABAJO
No se trata de idealizar al extranjero, ni de resignarnos a la corrupción nacional como un destino inevitable. Se trata de vernos al espejo, y asumir nuestra parte. Si seguimos siendo los mismos ciudadanos que compran facturas falsas, que no exigen factura para ahorrarse el IVA, que votan por quien da despensas, que tiran la basura en la calle y luego culpan al gobierno por las inundaciones, entonces México seguirá igual, sin importar quién gobierne.
Y si además seguimos siendo personas que no saben cómo funciona una tarjeta de crédito, que se endeudan con préstamos ‘exprés’, que desconocen el valor del ahorro, y que ven el dinero como algo que se gasta, no como algo que se multiplica, entonces seguiremos sin rumbo económico claro.
Ser mexicano no debe ser excusa para ser informal, corrupto o irresponsable. Ser mexicano debe ser sinónimo de creatividad, trabajo, solidaridad... y también inteligencia financiera. Si queremos un México mejor, no basta con exigir cambios desde el Congreso o la Presidencia. Es urgente promover una alfabetización cívica y financiera desde la escuela, desde los hogares y desde los medios de comunicación.
La próxima vez que digamos “el presidente no sirve”, miremos antes nuestra cartera, nuestros gastos, nuestros hábitos... y nuestro reflejo. La falta de educación financiera no es un simple tema de saber ahorrar o gastar con inteligencia. Es un reflejo profundo de cómo entendemos la vida, nuestras metas y nuestra responsabilidad con el futuro. Quizá allí encontremos la verdadera raíz de nuestros problemas. Y también, con suerte, la semilla de una nueva esperanza.
Académico de la Universidad del Valle de México Campus Zapopan