Por: Napoleón Fillat Ordóñez
Vivimos en una era en la que las tendencias y movimientos se propagan con una rapidez vertiginosa gracias a las redes sociales, captando la atención de personas que, en muchas ocasiones, desconocen los detalles de fondo o el objetivo real de la causa en cuestión.
Uno de estos temas recurrentes en los últimos años es la existencia de los zoológicos, parques recreativos y temáticos, establecimientos que albergan fauna bajo cuidado humano. La moralidad de privar a los animales de su libertad es un tema de debate, a menudo visto como cruel. Sin embargo, existe un aspecto poco conocido de estos recintos, que va mucho más allá del mero entretenimiento para los visitantes.
El tráfico ilegal de especies ocupa el tercer lugar en los negocios más lucrativos del mundo, después de las drogas y las armas. En México, la situación es especialmente alarmante. Cada año se decomisan cerca de 3 mil ejemplares de distintas especies, de los cuales, lamentablemente, solo sobrevive un 5%, debido a las condiciones inhumanas en las que han sido capturados o criados.
Además, debemos considerar los casos que pasan inadvertidos para las autoridades, aquellos que no son reconocidos como parte del problema o incluso desconocidos en su relación con el tráfico ilegal. Esta situación está creando un desequilibrio insostenible en los ecosistemas afectados.
Los traficantes de animales poseen múltiples métodos de operación, variando de acuerdo a las especies de interés. Entre los más afectados están los psitácidos (loros, guacamayas, pericos) y primates (monos, simios), cuyos hábitats se ven invadidos y sus crías sustraídas. Si el animal sobrevive, es probable que termine en una jaula de una casa de cualquier nivel socioeconómico.
Aquí es donde los cuestionados zoológicos juegan un papel vital. A pesar de los recursos limitados y bajos salarios, los empleados de estos lugares hacen todo lo posible para rescatar y cuidar a las especies víctimas del tráfico. Estos recintos, a menudo inesperadamente, se convierten en hogares temporales para las especies decomisadas.
Estos establecimientos priorizan el bienestar de los animales, buscando recursos adicionales, adaptando espacios y dedicando tiempo extra. Pero lo más importante es que ofrecen una última oportunidad de vida a estos seres, una vida mucho mejor que la que pudieran tener en manos de un consumidor del mercado negro del tráfico ilegal.
Los zoológicos proporcionan atención médica inmediata, establecen una dieta acorde a cada especie e intentan acoplar a los animales con otros de su misma especie, siempre que sea lo mejor para ellos. Además, brindan instalaciones adecuadas para darles una segunda oportunidad en la vida.
Por eso es imprescindible que las autoridades establezcan mecanismos efectivos para garantizar la supervivencia de estos animales. Los obstáculos burocráticos y la falta de voluntad política no pueden seguir impidiendo que los zoológicos sean reconocidos como la última esperanza para los animales que sufren las consecuencias del tráfico ilegal.
Hoy en día, las autoridades decomisan animales y luego los abandonan a su suerte. Es vital que se establezca un presupuesto que permita a las instituciones que reciben a estos animales contar con los recursos necesarios para su viabilidad. De lo contrario, seguirán pereciendo aquellas especies que, habiendo sobrevivido al tráfico ilegal, llegan a estos lugares como su última esperanza.
Consultor ambientalista independiente y columnista invitado de la Comunidad 1.5 grados.