Por: Dr. Juan Carlos Tejeda González

Coordinador del Comité de Medio Ambiente y Sustentabilidad del CICM

“Quien no recuerda su historia, está condenado a repetirla”, frase atribuida a George Santayana, tiene aplicación en una gran diversidad de realidades, aunque hoy la enfocaremos en el área ambiental. Las preocupaciones ambientales de los años 60’s y 70’s, originadas a partir de la discusión de los efectos en la salud humana y la naturaleza que provocaban las decisiones de desarrollo, derivaron en el establecimiento de la evaluación de impacto ambiental (EIA), que originalmente tuvo la intención de fomentar la reflexión respecto de las consecuencias ambientales de las decisiones antes de que se tomaran.

Para los responsables del establecimiento de leyes, políticas, planes, programas y proyectos, lo anterior significaba cambiar la manera en la que estos instrumentos de planeación eran desarrollados. Así pues, la relación entre la planeación y la EIA es fundamental en el entendimiento de ambas herramientas. Sin embargo, a pesar de los grandes esfuerzos que significaron los desarrollos teóricos y prácticos de la EIA a nivel internacional, tal parece que, con el tiempo, tales esfuerzos se han ido olvidando gradualmente.

La planeación del desarrollo es un concepto que se aplica en distintas escalas; puede ir desde el desarrollo personal, familiar, comunitario, regional, municipal, estatal o nacional. Casi siempre lo asociamos al desarrollo económico, y eso no es casualidad: el sistema económico dominante demanda a este tipo de desarrollo para subsistir. Sin consumo de productos o servicios no hay crecimiento económico, sin aprovechamiento de recursos naturales no hay desarrollo de productos y servicios. Y este pensamiento derivó en el slogan más peligroso de todos: sin desarrollo económico, no se puede acabar la pobreza, y los problemas derivados de ella.

La mayor amenaza que enfrentamos es actuar sin haber hecho un ejercicio de reflexión sobre lo que puede suceder a futuro, en un corto, mediano o largo plazo. Un ejemplo muy común de esta situación es el ajedrez, en donde se requiere pensar en la siguiente jugada, pero también en las múltiples jugadas subsecuentes en función de las combinaciones posibles de movimiento en el tablero por parte del rival, y de los propios movimientos. Esto es la planeación; sin ella, alguien que juega ajedrez es apabullado por el contrincante en poco tiempo, pero cuando se ejecuta bien, puede alargar la partida y llevar a la victoria. En el día a día, un desarrollo que ha sido planeado puede subsistir en el tiempo y llevarnos a cumplir los objetivos y metas a los que se aspiraba llegar.

En nuestra realidad, las decisiones que se toman en la sociedad por autoridades u otros actores, también tienen consecuencias. Cuando las acciones no fueron pensadas, derivaron en problemas ambientales como el uso de sustancias cancerígenas en nuestro día a día, como el teflón, los plásticos, agroquímicos, pesticidas, etc., con la consecuente afectación de la salud humana, la fauna, la flora y las relaciones de interdependencia en los diversos elementos de los ecosistemas: agua, suelo, aire, etc.

En la ingeniería civil, los efectos en el desarrollo de infraestructura son permanentes, es por ello por lo que tanto la planeación como la EIA, son fundamentales en el quehacer diario de los ingenieros. La mayor parte del tiempo nos quejamos de que la planeación y la EIA retrasan obras y proyectos, ya que no queremos detenernos a reflexionar las consecuencias del desarrollo de la infraestructura, sino que deseamos cumplir con tiempos y presupuestos, maximizar ganancias, cerrar proyectos para ir a desarrollar otros, etc. Y tanto planear como evaluar los impactos ambientales, no significa que esos objetivos no se cumplan, al contrario, planear y evaluar los impactos ambientales que pudieran presentarse en el desarrollo y operación de infraestructura, antes de tomar cualquier decisión, significa que nuestros desarrollos se realizarán con los menores contratiempos. O como bien se mencionó en el pasado Congreso Nacional de Ingeniería Civil, llevado a cabo en noviembre del año pasado: necesitamos “pensar lento para actuar rápido”.

Desde el Colegio de Ingenieros Civiles de México (CICM) consideramos que nuestra profesión tiene un rol fundamental para alcanzar los objetivos de desarrollo de México y sus habitantes, y que tanto la planeación como la EIA, son pilares fundamentales para alcanzar dichos objetivos. Hemos insistido en la necesidad de un Instituto Nacional de Planeación de la Infraestructura, así como en el hecho de revalorizar la función de la EIA, tanto en la planeación como en el desarrollo de proyectos. En el Colegio continuamos trabajando día a día tanto para recuperar el rol de estos dos importantes pilares, como para recuperar, asimismo, el papel primordial de la ingeniería civil en el desarrollo de México.

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