Por: Ing. José Piña Garza
Comité de Tecnología del CICM
Los beneficios provenientes de un futuro desarrollo tecnológico —cuantiosos y posibles— exigen la evolución del Consejo de Ciencia y Tecnología hacia un nuevo CONACYT, así como el replanteamiento de la ley en la materia, para conformar una institución vital de soporte a la creación de empleo y de apoyo a la productividad, a fin de elevar el bienestar de la todavía creciente población del país.
El planteamiento emerge de redefinir las funciones del CONACYT a partir del concepto tecnología, entendido como el proceso para obtener un determinado producto o prestar un servicio específico, al margen del ambiguo significado atribuido a los aparatos sofisticados, formidables sin duda, pero que cabría calificar —solamente— como de herramientas tecnológicas.
Esto es, el concepto tecnología se especifica como la aplicación del conocimiento experimental, complementado por el conocimiento científico, a los procedimientos que —con diversos insumos, la participación de personas y el empleo de herramientas, maquinaria y equipos— se obtienen productos o se prestan servicios destinados a satisfacer necesidades de la población, bajo la regulación del marco legal aplicable. En síntesis: cada una de las maneras de hacer en el aparato productivo.
De este significado se desprende un desafío y una oportunidad incomparable: las tecnologías en las organizaciones con las que hacemos todo lo que hacemos, son susceptibles de mejoramiento sistemático, bajo un proceso de modernización e innovación tecnológica, que implica la búsqueda permanente de mejores maneras de hacer. El análisis de cada una de las partes del proceso —profesionalización y adiestramiento del personal, diversificación de insumos, maquinaria y equipos alternativos, diseño de productos, distintos procedimientos y mucho más— ofrece, en efecto, una infinidad de oportunidades de mejoramiento.
Una de las variantes más utilizada para la búsqueda de oportunidades, radica en la realización de reuniones rigurosamente periódicas (de dos horas por semana, como propone Deming, o de varios días por semestre, como en otras organizaciones) con la participación de los ejecutivos directamente responsables del proceso, los principales operadores que conocen de sus complicaciones y la participación del conocimiento científico, en una reflexión colectiva con el propósito de elegir una de las dificultades del proceso —generalmente sólo una— que se resolverá de la mejor manera asequible y que una vez advertida permitirá abordar las siguientes oportunidades, una por una, y así sucesivamente, recorrer el camino del progreso.
Se trata de una tarea interminable; siempre habrá una manera mejor; “detrás de cada línea de llegada, habrá una nueva de partida; detrás de cada logro, habrá otro desafío” que, al establecerse como proceso, le dará sentido y razón de ser a la existencia misma de las organizaciones productivas, reconociendo que aquéllas que no procuran su mejora continua, empiezan a morir.
Por otra parte, se debe enfatizar que el desarrollo tecnológico depende totalmente del desarrollo científico. Sin ciencia básica no hay ciencia aplicada, por lo que es necesario fortalecer a las instituciones
dedicadas a este propósito, con la incorporación de todas las capacidades disponibles, sin discriminación alguna, valiosa por sí misma e indispensable para apoyar a la modernización e innovación tecnológica.
El poder ignorado del desarrollo tecnológico se advierte en los planteamientos de George Solow, premio Nobel de Economía 1987, respecto a su análisis de los factores que explican la “mecánica” del crecimiento, bajo incentivos al desarrollo de tecnología en todos los sectores, para lograr a lo largo de una generación, el incremento del PIB en otro tanto del originado en ese lapso por la inversión en el aparato productivo. No es un planteamiento de ilusos, puesto que el resultado de su aplicación en numerosos países —sobresalen Estados Unidos y Corea del Sur— es por demás elocuente, en términos de aumento del empleo y de satisfactores para el bienestar.
En consecuencia, se considera instaurar un mandato para el nuevo CONACYT, en el sentido de promover el desarrollo científico y tecnológico, con la tarea de promover, motivar, argumentar, persuadir y concertar el establecimiento de un programa sistemático de búsqueda de mejores maneras de hacer, en todas y cada una de las organizaciones de producción de bienes y de prestación de servicios del país.
Cabe señalar al respecto que la Organización Mundial de Comercio y —en general— los tratados de libre comercio conceden el privilegio de otorgar subsidios a la investigación científica y a la innovación tecnológica, pero los rechazan para evitar la competencia desleal soportada en la subvención a la modernización tecnológica y la elaboración de satisfactores. El CONACYT tendrá entonces, la misión de establecer opciones para disponer de recursos, que no parecen estar fuera de nuestro alcance, para lograr los beneficios previsibles.
La experiencia del pasado indica que la persuasión no sería suficiente, por lo cual se considera un esquema de financiamiento público —que no de subsidio— para “obligar opcionalmente” (valga la expresión) al establecimiento de un programa de desarrollo tecnológico en todas las organizaciones de todos los sectores, consistente en otorgar en calidad de deuda —a tasas preferenciales— una parte de los impuestos (IVA o ISR), que se reintegraría paulatinamente al erario en un plazo “razonable”. Podría complementarse con el aliento a la necesaria reinversión de reservas de depreciación y de utilidades, comprendiendo —en todo caso— enfrentar el desafío de la automatización al tiempo de conservar y aumentar el empleo, apoyado en una capacitación para el trabajo eficaz, versátil y flexible.
Su factibilidad se ampara en la comprobada rentabilidad del desarrollo tecnológico, por lo que, asegurada la fuente de repago, el erario puede recurrir al endeudamiento para suplir la reducción correlativa de sus ingresos.
Por todo ello, el Comité de Tecnología del CICM se ha propuesto promover el establecimiento de un programa de desarrollo tecnológico en las distintas organizaciones vinculadas al ejercicio de la Ingeniería Civil, lo que —por el encadenamiento productivo y sus efectos demostrativos— pueda detonar su extrapolación a la totalidad del país. La tarea es gigantesca; los resultados, verdaderamente extraordinarios.
Ciudad de México, diciembre de 2023.