Por Daniel Diaz Salgado Integrante del Comité de Gerencia de Proyectos del CICM
Los símbolos han sido nuestro intento más audaz de crear un lenguaje universal. Un círculo rojo con una línea diagonal significa “prohibido” en cualquier parte del mundo. Una flecha apunta hacia adelante y nos indica la dirección a seguir. Son herramientas que nos conectan sin importar nuestro idioma, pero solo funcionan en contextos simples y compartidos. Cuando los mensajes se vuelven más complejos, incluso los símbolos más ingeniosos empiezan a fallar.
En la industria de la construcción, los planos han sido nuestro alfabeto: el mapa que guía a cada equipo, desde los diseñadores hasta los instaladores en obra. Sin embargo, la construcción tradicional se basa en un lenguaje técnico que no todos entienden. Los planos están llenos de símbolos, medidas y notas que, para alguien sin formación técnica, pueden resultar tan crípticos como un idioma extranjero.
Aunque son esenciales, los planos tienen sus límites. No todos los interpretan de la misma manera, especialmente quienes trabajan en el sitio instalando cada tornillo y ensamblando cada pieza. Para ellos, una línea en un plano no siempre es una instrucción clara; muchas veces, se convierte en un enigma que depende de su experiencia, intuición o incluso de suposiciones.
Parte de la confusión radica en la naturaleza misma de los planos. Cada plano representa solo una parte del todo: un corte, una elevación, una planta. Para entender cómo se relacionan entre sí, se requiere interpretar símbolos, seguir referencias cruzadas entre hojas y visualizar mentalmente un espacio tridimensional que no está explícito. Esto exige una habilidad técnica que no todos poseen y deja margen para errores en la interpretación.
Este tipo de malentendidos no es menor: una línea mal interpretada puede provocar errores como la instalación incorrecta de un ducto o el desperdicio de materiales. Esos errores no afectan solo al trabajo individual, sino también a la coordinación entre equipos y sistemas. Lo que debería ser un idioma común se convierte en una serie de mensajes confusos que, en lugar de unir, separan.
En ese contexto, un modelo BIM, que es una representación digital que integra todos los elementos necesarios para construir un proyecto, se ha convertido en un pilar fundamental para transformar la forma en que construimos. Más que una herramienta para coordinar sistemas o gestionar cronogramas, su verdadero poder radica en resolver un problema profundamente humano: la comunicación.
Cuando usamos modelos, rompemos barreras de formación, experiencia e incluso idioma. No importa si alguien no sabe leer un plano; un modelo bien hecho se entiende por sí solo. Esta democratización de la información tiene un impacto profundo en los resultados de un proyecto: reduce los errores en obra, ya que todos comprenden con claridad qué hacer. Además, acelera la ejecución al eliminar dudas y la necesidad de constantes explicaciones. Por último, empodera a los instaladores, dándoles confianza en su trabajo.
A pesar de las ventajas innegables de los modelos de construcción, la industria aún enfrenta un obstáculo clave: el marco legal. Hoy en día, los planos siguen siendo la única referencia oficial en los proyectos, documentos que cargan con el peso de la tradición pero que se quedan cortos frente a las necesidades modernas. Este apego a lo tradicional no solo frena la innovación, sino que también limita la capacidad de aprovechar herramientas que pueden transformar la manera en que construimos.
El verdadero problema nunca ha sido la falta de reuniones o instrucciones, sino la dificultad para comunicar ideas de manera efectiva. Los planos, con su lenguaje técnico y fragmentado, exigen interpretación, y en esa interpretación nacen los errores. Por el contrario, un modelo construye un puente o enlace entre la intención del diseño y la ejecución en obra. Convierte conceptos en objetos, palabras en imágenes y dudas en certezas, ofreciendo una claridad visual que elimina la ambigüedad y reduce errores.
Porque, al final, construir no es solo seguir instrucciones; es entender y ejecutar una visión compartida. Un modelo derivado de una metodología no solo muestra qué hacer, sino que lo hace entendible para todos, sin importar su experiencia o formación. Es, en esencia, el verdadero lenguaje universal de la construcción.