Tres marchas ya, contra la gentrificación en la Ciudad de México.
La inglesa Ruth Glass bautizó como gentrificación, en los años 60 del siglo pasado, al fenómeno de desplazamiento de la clase trabajadora de barrios céntricos de Londres por clases medias.
Por eso, la gentrificación se ha descrito desde la realidad anglosajona, en la que las grandes expansiones urbanas sucedidas en los siglos XVIII y XIX junto con la industrialización generaron el establecimiento de extensos y céntricos barrios obreros, que durante el siglo XX fueron desplazados por una creciente y sólida clase media urbana que aprovechó precios de suelo económicos y la ubicación privilegiada para asentarse.
Ese tipo de gentrificación ubica al “agente gentrificador”, es decir, a quien desplaza y transforma el barrio obrero, personajes emergentes del neoliberalismo global que buscan espacios novedosos donde habitar para irlos modificando de acuerdo con sus identidades clasemedieras, estableciendo barrios gays, de artistas, de tecnócratas, de yuppies…
En estas interpretaciones prevalece uno de los dos grandes paradigmas de ciudad: el culturalista, promovido por la Escuela de Chicago, que otorga a los actores emergentes la autoría de la transformación de los barrios.
Desde el urbanismo de herencia marxista —el otro gran paradigma—, en cambio, se traslada al mercado la responsabilidad de la especulación y la obtención de ganancias a partir de barrios transformados.
Las ciudades latinoamericanas, a diferencia de Londres u otras ciudades europeas, crecieron a partir de barrios pobres y zonas marginales, como parte de la masificación desarrollada entre los años 30 y 70 del siglo pasado.
Con la industrialización, el crecimiento de la vivienda popular, el incremento de transporte colectivo y el valor de la tierra urbana y suburbana, la sociedad se escindió más notoriamente al generar barrios bajo lógicas clasistas, con servicios exclusivos, incluso con zonas cerradas al paso público, al mismo tiempo que crecían barrios marginales rápida e irregularmente que llevaron a hablar de la explosión demográfica en la mayor parte de ciudades de América Latina. Se ubicaron físicamente hacia la periferia de la concentración urbana.
En esa ciudad latinoamericana, que ha crecido tan desigualmente, la gentrificación ha significado fundamentalmente un desplazamiento masivo, casi silencioso y permanente, de quienes han habitado amplias zonas equipadas, no necesariamente del centro urbano, sino más desarrolladas.
La especulación urbana comercia justamente con ese equipamiento, es su condición para poder vender.
La tragedia de las últimas décadas en la Ciudad de México no es una gentrificación localizada, limitada a barrios o colonias específicas. La gran tragedia es que se ha comerciado a costa de la enorme inversión pública que ha favorecido múltiples zonas con mejor transporte (segundo piso, Metrobús, Línea 12 del Metro, trolebús elevado), servicios médicos, nuevas escuelas de bachillerato público, vivienda social…
El suelo de la Ciudad de México resiente la presión de esa especulación con un enorme encarecimiento, que paradójicamente desplaza a los habitantes a quienes buscaba favorecerse con esa inversión pública.
La única forma de detener la especulación es detener su posibilidad. La inversión pública es pública, debería regresar a la propia ciudad para beneficio de sus habitantes.
Es obviedad ya que necesitamos detenerla. En una próxima entrega, algunas propuestas.