Más de 100 sacerdotes lo esperaban para un desayuno en Erongarícuaro, un pueblo a la orilla del lago de Pátzcuaro. El encuentro era a las 11 de la mañana. Pasó una hora, pasaron dos, pasaron tres. Cuando ya habían dado por hecho que los había dejado plantados, en el cielo apareció uno de los helicópteros del gobierno de Michoacán y comenzó a descender. De la aeronave bajó el impuntual invitado de honor: el arzobispo de Morelia, Carlos Garfias. Los sacerdotes, unos molestos y otros sorprendidos, no entendían muy bien la escena. Su líder se disculpó por el retraso, convivió por poco rato y finalmente se despidió para volver a subir al transporte VIP que ahí se había quedado esperándolo. “Perdón, pero debo regresar con el gobernador”, les dijo, según me relatan varios de los presentes. A los pocos días, el gremio descubrió la historia: el arzobispo y Silvano Aureoles andaban de convivio.
Con la reciente orden de aprehensión en contra del exgobernador perredista de Michoacán, la preocupación estalló en la iglesia católica del estado porque Garfias y Aureoles no solo entablaron una profunda amistad de largas tardes y noches de mezcal y whisky, respectivamente, sino que el laico le entregó al religioso recursos estatales, más allá del taxi aéreo.
La mayor amenaza es que Garfias recibió de Aureoles tres decenas de camionetas blancas doble cabina, idénticas a las de la policía estatal. El arzobispo les colocó una estampa de la arquidiócesis, dejó unas a su servicio en Morelia y el resto las repartió por las iglesias de las comunidades más necesitadas. Si bien han sido un alivio para los sacerdotes que enfrentan las complicaciones de un territorio como ese, también han sido un dolor de cabeza porque no logran poner en regla la documentación y nadie quiere ensuciarse las manos en un proceso por demás extraño.
Otra alerta para la iglesia en Michoacán, es que Juan Bernardo Corona, operador cercano a Aureoles, y que estaría prófugo, presumía constantemente y a los cuatro vientos haberse encargado de la remodelación de la casa del arzobispado, donde reside Garfias y donde también convivieron en distintas ocasiones, mientras escoltas armados custodiaban la entrada, lo mismo que en Casa San Luis, otra residencia de la iglesia en Morelia.
Las invasiones de atribuciones tanto de Garfias en el gobierno estatal, como de Aureoles en la arquidiócesis no pasaron inadvertidas en la cúpula de la iglesia. Las fuentes me revelan que Joseph Spiteri, el nuncio apostólico en México, es decir el embajador del Papa Francisco, tomó cartas en el asunto sobre éste y otros temas espinosos. Hizo una investigación y llevó los resultados al Vaticano. En respuesta designaron un arzobispo coadjutor que llegará a Morelia la próxima semana con la tarea de arreglar la administración financiera.
Stent:
Con Silvano nunca cuestionó el narcoestado que era Michoacán. Tan pronto entró Ramírez Bedolla, comenzó a lanzar acusaciones y aunque traen fundamento, hasta en eso se nota.