No hace falta preguntarse cuál Silvio. Muchos habrá, sin duda, pero a quien conocemos en Hispanoamérica y otros muchos países de diferente habla, es a Silvio Rodríguez. O sea, hay muchos Silvios pero Silvio sólo hay uno.
Y esa característica de que el solo nombre de una persona despierte en el escucha (y en este caso en el lector) una serie de evocaciones, ritmos, fragmentos de canciones, causa por estos días un enorme escozor al menos aquí en el mexicano domicilio.
Bueno, una molestia nada numerosa pero sí muy severa en los dos o tres detractores que tiene el poeta y guitarrista cubano. Quizá suena ridículo eso de que un creador tenga detractores, pero los hay y son virulentos en sus ataques. El remedio sencillo, la salida fácil para ese mal, es decirle al malqueriente de Silvio que no lo escuche. Otro camino, mucho más largo y con seguridad arduo sería solicitarle a quien tacha al músico de falto de calidad poética que demostrara, verso a verso, por qué su trabajo es malo (con lo cual la parte acusadora se reservaría para sí el determinar qué es poesía y qué no lo es, y ahí ya la jodimos). De la capacidad como guitarrista, mejor no hablemos porque en esa área de alto orden matemático los detractores guardan silencio: son gentecilla que tanto como saber tocar, no saben tocar ni la puerta.
Así que dejémoslos, al cabo que son pocos aunque sean gritones. Y digamos, en cambio, que como se ha dado a conocer hace menos de una semana, el cubano tiene un nuevo disco, titulado Para la espera. Y el hecho es motivo de agrado por varias razones, las primera y más importante de ellas porque quienes gustan de su música consideramos que, con todo derecho, había dejado de componer para dedicarse tanto a la enseñanza de las nuevas generaciones como a la producción de trabajos de muy diferentes autores en un país eminentemente musical como es Cuba. Y, otra razón, que tiene también su peso específico, es porque a Silvio tal vez empezaba a acumulársele el cansancio: el hombre dista ya unos considerables años del incansable trovador que llegó a la cima en la década de los años 80 y en la que se mantiene, con el consecuente desgaste.
Pero nos equivocamos todos. El disco Para la espera ha comenzado su camino poco a poco, de acuerdo a las normas que rigen ahora la distribución de los productos musicales, y van dándose a conocer piezas sueltas que al cabo de pocas semanas conformarán el álbum completo. Y Silvio es el mismo Silvio: solvente, imaginativo, cuidadoso, eficaz. Ya cada uno de los que gustan escucharlo, cuando la entrega termine, dará su dictamen.
Respecto del proceso creativo de su nuevo trabajo, se han difundido las palabras del creador en las que deja todo en claro: “Para la espera incluye algunas de las canciones que he compuesto en los últimos años. En todos los casos son primeras versiones, realizadas poco tiempo después de haberlas compuesto. Los instrumentos y voces que aquí se escuchan soy yo mismo, tomando apuntes para desarrollar después. Sólo tres de estos temas fueron divulgados anteriormente: ‘Jugábamos a Dios’ (2010) para los créditos del filme Afinidades —dirigido por Jorge Perugorría y Vladimir Cruz—, ‘Viene la cosa’ (2016), interpretada en múltiples conciertos en barrios de La Habana, y ‘Noche sin fin y mar’ (2017), dedicado a mi querido amigo Eduardo Aute.” Y, también ha dicho que dedica el disco a queridos amigos que han fallecido en fecha reciente, entre ellos, por ejemplo, el mexicanísimo Óscar Chávez, y Luis Eduardo Aute, muchas de cuyas composiciones fueron conformando desde España la bitácora auditiva del ámbito latinoamericano.
Respecto de los detractores, a los que no damos importancia, conocemos sus razones para mirar por encima del hombro al cubano. Razones que no guardan relación estética con la poesía ni con la música. Razones de orden político. Esto es: se acusa comodinamente a Silvio de ser uno de los promotores del régimen castrista, ante lo cual hasta el propagandista más inocente se reiría con toda razón: una dictadura produce ideología, pero no genera artistas de calidad mundial. Y también se dice, ya en el colmo del absurdo y del ridículo, que debido a él y a los demás integrantes de la Nueva Trova, los trovadores de siempre en Cuba fueron ignorados, silenciados, olvidados. Viles y locas jaladas porque Silvio ha hecho puntualizaciones sobre el sistema político cubano (que naturalmente se difunden por goteo fuera de la isla) y porque un músico como él abreva directamente de toda la tradición musical cubana que le tocó vivir y a la que jamás ha negado.
Pero, caray, cómo olvidar que fue invitado por el titular del Ejecutivo a nuestro país y eso sí que empañó un poco su imagen salvo porque cada individuo acepta las invitaciones de quien así lo desea. La única ventaja de aquella visita es que no hizo lo único que habría lastimado indeleblemente su trayectoria: no cantó. Su silencio lo mantuvo a salvo.
En la memoria resuenan aquellos versos que a tantos nos acompañaron: “Si miro un poco afuera, me detengo,/ la ciudad se derrumba y yo cantando;/ la gente que me odia y que me quiere/ no me va a perdonar que me distraiga…”
La verdad, don Silvio, es que a usted nadie tiene que perdonarle nada.