No hay forma de entender la canción en castellano de la segunda mitad del siglo XX hasta hoy sin el impulso, el giro y el lustre que le ha dado Joan Manuel Serrat. Y ahora, ni hablar, se retira aunque no es posible decir que lo hace en la cumbre, porque a lo más alto del respeto y el aprecio de su público había llegado ya en la primera década de su dilatada trayectoria. Se va desde un punto más allá de la cumbre, donde circulan únicamente aquellos que profesionalmente construyeron sus propias alas.
Es cierto, hay dos Serrat, el primero desde que da inicio a grabar su trabajo y que llega hasta, según el gusto de cada quien, hacia el disco ocho o nueve. Con todo ese trabajo le bastaba para despegar a sitios, si lo ha oído sabrá que no exagero, cuasi mitológicos. Luego de su disco titulado En tránsito viene una segunda etapa creativa en la que va dejando atrás poco a poco todo aquello que había edificado para dejarse llevar por aires más de divertimento, de saludable juego musical y letrístico que conforman al segundo Serrat, al actual.
En cuanto se dio a conocer la noticia de que se retiraba de los escenarios tuvo a bien charlar con el siempre querido editor de libros y periodista Juan Cruz, para El País. Es una plática amplia pero hay un párrafo en el que asoma justo la hipótesis planteada, muy entre líneas y desde luego en una lectura transversal: “La memoria es algo que habita en uno, aquí dentro está. Tuve suerte, nací en la mejor casa en la que podía haber nacido. Me crié con cariño y con buenos maestros. Dediqué tiempo a lo que me gustaba hacer, a lo que quería hacer y a lo que creía que debía hacer. Vivo, hasta la fecha, una época gloriosa, en la que lo peor pasó en mi infancia y en la adolescencia. Y la infancia hace buena cualquier cosa. Mis hijos no han ido a la guerra y yo pude ver morir a mis padres. He tenido un oficio que me ha permitido conocer el mundo y conocer a gente magnífica y me ha hecho una persona querida por mucha gente. Dijéramos que hasta la fecha me he sentido un hombre bien querido y bien vivido”.
Respecto de si es el mejor momento, seguramente lo es para él, en plenitud, con salud, con todo el aprecio y respeto que su labor le ha granjeado. Decidió no esperar en un rincón ni a la decadencia física ni a la muerte. Con la gira internacional “El vicio de cantar 1965-2022” aparecerá un tercer Serrat, el que le pondrá fin a su propia carrera. Claro, un tipo con sus luces y que ha sido siempre caballeroso con la prensa, de lo cual puedo dar testimonio, tiene un discurso muy bien armado para, dispense el lector, no decir lo que no quiere decir. Sigamos lo dicho a Juan Cruz: “Mi propósito no es sólo despedirme de todos aquellos que me han tratado bien a lo largo de los años, sino hacerlo en los sitios donde están. Me despediré, y ya no volveré a tocar (…) Hay que hacerlo en algún momento (…) Y me despediré no a la francesa, sino como corresponde.”
Se va el mejor intérprete de sí mismo, el musicalizador de enormes poetas, el cantor que hizo una versión impagable de “Un mundo raro”, de don José Alfredo Jiménez. Y se va el autor de una canción que tituló “Lucía”, con cuyo nombre cierra la letra y es quizá —cada quién evocará el nombre que guste—, una de las formas más dolorosas y cálidas de honrar a quien se ha querido cuando se pensó que ya jamás se iba a querer a nadie: “Si alguna vez amé,/ si algún día, después de amar,/ amé,/ fue por tu amor…”
Si el lector me lo acepta, creo que es momento de descorchar un tinto por Serrat, que parte en merecido olor de santidad.