El futuro de la formación profesional en el país atraviesa un periodo muy delicado, en particular en las universidades públicas. Marco Antonio Molina Zamora —formado en la UAM, la UNAM y El Colegio de México—, doctorante con al menos dos décadas de ejercicio ininterrumpido de impartir cátedra en el área de literaturas hispánicas, lo explica justo a un día de iniciadas las clases en la UNAM, una de las instituciones en que se desempeña.
—Luego de todos estos años de trabajo docente tal vez enfrentar a la pandemia ha sido el peor de los escenarios.
—Desde el punto de vista social, supongo que sí. En otros momentos hemos pasado por diferentes acontecimientos, como distintas huelgas. Y tal vez, sin minimizar las consecuencias y los casos particulares, los universitarios no sean los más gravemente afectados por la pandemia. Nuestros estudiantes son adultos jóvenes que han podido desarrollarse y de repente han perdido la posibilidad de sociabilizar con sus semejantes. Pero en el caso de los estudiantes más pequeños, de preescolar, por ejemplo, se les quita toda posibilidad de convivir con otros niños en una etapa que es fundamental para el desarrollo de la personalidad. Ese tiempo perdido para los niños más pequeños no se podrá recuperar nunca.
—Pese a las necesarias restricciones ante el posible contagio, las universidades públicas no se han detenido, pero la experiencia es ya muy otra.
—La pandemia no fue la causa de los problemas que llegan a existir pero sí fue el catalizador que los hizo evidentes para todos, incluso para quienes no los quieren ver. Lo de menos ha sido el aspecto tecnológico: bien o mal, los profesores estamos acostumbrados a improvisar, en el buen sentido, y trasladamos nuestras clases a una modalidad a distancia. El verdadero problema es otro, el humano. Los profesores que contamos con una seguridad laboral padecimos esta transición, pero con la tranquilidad de tener un sueldo asegurado. Incluso a veces con la posibilidad de comprar equipo para las clases. Pero la mayoría de los profesores no tienen esta seguridad. En las instituciones educativas, tanto públicas como privadas, de todos los niveles, la mayor parte de la planta docente no tiene esa seguridad laboral que se hizo tan necesaria durante la pandemia.
—Uno de los riesgos de avance era la deserción escolar.
—No ha sido aparentemente un porcentaje tan alto, por lo menos no en el primer año de la pandemia, que fue cuando las universidades en las que laboro realizaron un diagnóstico. Pero para el segundo año en el que actualmente nos encontramos habrá que ver con calma. Me parece que sí hay un agotamiento, tanto de los estudiantes como de los docentes. En el caso de los universitarios, muchos han tenido que darle prioridad a sus empleos por encima de los estudios y algunos tuvieron que asumir la responsabilidad de su familia, total o parcialmente, ante la muerte de alguno de sus padres.
—Usted mismo es padre de familia. Es diferente dar clase a mayores de edad, vacunados, que a menores sin protección médica. Sin embargo, estamos a días de que los niños regresen a las aulas.
—El llamado de las autoridades a regresar a clases presenciales, por un lado, y al mismo tiempo decir que este regreso será voluntario, no me parece que sea incongruente. Lo que toca es que cada uno de nosotros, a partir de nuestras circunstancias individuales y posibilidades, tomemos de manera responsable la mejor decisión para cuidar la salud física y mental de nuestros hijos, de nuestros estudiantes y de nosotros mismos.