Si el coronavirus puede ser mortal, también lo es la desinformación y desde luego el pensamiento mágico. Pero vamos con calma porque el tema nos costará ya en breve 40 mil personas fallecidas.

Es cierto que numerosos hospitales con prestaciones para atender casos de Covid-19 se han visto rebasados por falta de insumos, por las distancias que se deben recorrer en muchas ocasiones para llegar a ellos y porque al gobierno en funciones, pese a la experiencia en vivo y en directo de lo que ocurría en China, el nuevo padecimiento lo sorprendió sin la menor idea de qué hacer, como, en efecto, le ocurre en tantos rubros que conocemos. Las autoridades, en este caso el titular del Ejecutivo, que desde los primeros casos minimizó la gravedad del problema que se avecinaba, tuvo la posibilidad de culpar a regímenes anteriores del penoso estado de cosas que guardaba el sistema de salud en el país. Sí, todos tenemos una experiencia cercana de la incapacidad, el maltrato y la ausencia de medicamentos en los hospitales, previa a la actual 4T. Pero esta administración no hizo lo necesario para cambiarlo, mejorándolo. No quiso, pudo y no le importó.

El recurso que nos quedaba, como sociedad, era la información. De forma similar a otros padecimientos, el contagio de la variante del coronavirus que nos ocupa podía, y puede, mitigarse. Pero ocurrió un doble fenómeno: por parte de la autoridad suprema en que se ha convertido el sexenio, la jugada estaba clara: o se suprimían las actividades para dejarlas únicamente en lo básico, con la consecuente pérdida de popularidad en vísperas de un año electoral de enorme importancia, o se dejaba correr la enfermedad tan sólo con algunas recomendaciones, que eran como los llamados a misa (rituales que, por cierto, para acabarla de joder, están a punto de volver a celebrarse si bien era mejor esperar un poco más). Y por otra parte, la realidad nos trajo un panorama muy claro: sólo un fragmento minoritario de la población se resguardó en casa, la misma que empleó las medidas sanitarias precisas y, sí, la misma que trató de guardar aquello de la sana distancia. El resto, la mayoría, continuó como si nada ocurriera.

Los contagios se dispararon, desde luego, y para desgracia de todos, así vamos a continuar. Tenemos a mano un par de ejemplos irrefutables: hace sólo unos días se llevaron a cabo reuniones masivas en San Juan Chamula, Chiapas, en donde los protagonistas eran tanto menores de edad como adultos. La información detallada puede usted encontrarla en estas mismas páginas gracias al trabajo del corresponsal en la entidad, Fredy Martín Pérez. Y el otro caso es que los medios se interesaron en un curioso hecho: en las áreas comerciales de Polanco, al reanudarse el trabajo en diversos establecimientos, el público consumidor o tan sólo paseante acudió y acude sin la menor protección. Vamos, ni siquiera con el controvertido cubrebocas. Podemos pensar que en la comunidad Chamula son los usos y costumbres a partir de los que se establecen las reglas, y tales usos son muy respetables salvo que pasaron por alto que el coronavirus se rige por su propia ley. También diríamos que tal vez aquella comunidad no tiene la información. Pero la verdad es que basta disponer de un televisor para hacerse una idea clara del problema. En cuanto a las personas que acuden a Polanco, con celulares inteligentes en serio y todas las posibilidades de información casi instantánea a mano, lo que vemos es que la posibilidad del contagio y quizá de la muerte les importó, como a los chamulas, lo que se le unta al queso.

La negación de la realidad es una forma de defensa muy parecida a la resignación, pero se activa de forma natural cuando ya no tenemos a mano una salida visible. Ni la comunidad Chamula ni la polanquera, quisieron ver el peligro. Se lo pasaron por el forro. Y los contagios van a presentarse ya, como decían los clásicos, de un momento a otro.

La autoridad suprema, mientras, sigue en lo suyo: generar distractores para evitar el cuestionamiento de su falta de acción concreta y clara aunque le costará la pérdida de popularidad y de votos. No alcanza a vislumbrar quien dice enterarse de todo, que la factura por los decesos le saldrá mucho más elevada y la caída de la economía que se generó le cobrará también lo suyo.

Ante la guerra de baja intensidad, otra vez, se busca que quienes están medianamente interesados por la información miren hacia otro lado. Pero justo acaba de ocurrir un suceso en España del que tampoco se tomará nota: las comunidades autónomas de Cataluña y Aragón, potencias económicas y culturales, entraron en la temida fase del rebrote. Así que de reversa, mami, de nuevo a sus casas los que no tienen el deber de exponerse, y quienes lo tienen, deberán hacerlo con las medidas estrictas de protección.

Pero aquí, el que dicta lo que debe hacerse, o sea el titular del Ejecutivo, y ante cuyos caprichos no hay secretario ni subsecretario que lo convenza de enfocarse en lo importante, sigue en campaña. Olvida que ganó en las urnas y niega cada día la realidad, así como hicieron los chamulas y los polanquitos.

Y del asteroide tan mencionado que pondría a todos en su sitio, ni sus luces.

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