“Para beber, hay que tener fuerza de voluntad”, escribió, encantado con la vida y con el trago el enorme poeta y certero médico mexicano Juan Bautista Villaseca, a manera de respuesta cuando sus más allegados trataban, en su última época, de alejarlo del alcohol. Algo sabía el, médico de cuerpos, de las curas para el ánimo.

Ha comenzado, amigos lectores, el fragoroso trayecto que nos lleva por un solo camino desde el 12 de diciembre al 6 de enero. Un maratón en toda regla del cual vamos apenas al cierre de la primer semana. Olvídese usted del Giro a Italia y del Rally París-Dakar. Esos son juegos de niños con maquinitas que ruedan. Acá hablamos de gente grande, del lugar donde se fríen la papas, del país en donde Jorge Negrete, más vivo que nunca, trazaba el itinerario musical y hepático en un par de versos que provienen de “Ay, Jalisco no te rajes”: “…Oír cómo suenan esos guitarrones/ y echarme un tequila con los valentones”.

Así que se trata de celebrar la existencia con un trago, sin miedo, sin culpa, sin mayor justificación que la de buscar la felicidad líquida y casi instantánea que brinda eso que su internista de confianza le recrimina, hipócrita, señalándolo con índice flamígero: “Eso es por el OH”, o sea, por el alcohol etílico, o sea, por una que no es ninguna.

El asunto es que nos corresponde, ay, el último jalón del botellón porque a punto están de incrementarse los impuestos sobre las bebidas alcohólicas, y hay que apresurarse aunque el tiempo marcha a razón de un minuto por minuto y no hay modo de hacerle trampa. Apresurar los brindis, en compañía o en solitario: aquí cualquiera sabe que esas minifiestecitas llamadas “De buró”, porque están sólo el bebedor y el buró en donde coloca la botella y el vaso, suelen ser aleccionadoras, tanto o más que algunas en las que priva la compañía porque el etilo, en una noche solitaria, apaga los dolores antiguos, perdona las ofensas que se han venido arrastrando años y, sobre todo es un ejercicio de libertad: usted sabe el tamaño de sus alas, el potencial de su hígado y con una simple regla de tres tiene claro hasta qué altura es posible volar y cuál es el punto de no retorno.

Para el caso de nuestro Guadalupe-Reyes, hablamos de 26 días, de los cuales han transcurrido apenas seis, y desde luego puede ver usted hoy martes a todos sus compañeros de trabajo muy enteritos, muy gallos, con “grasa en la guantera y un alma que perder” diría Sabina, y una sed que va tomando forma de huracán. Pero, cuidadín, que esto no es de velocidad, sino de resistencia y de convertir una celebración de lo más pagana posible en un lapso que llene los depósitos de energía y fortaleza para sobrevivir otro largo año.

Por eso, para este tiempo, un compañero inmejorable es el matemático, astrónomo y poeta persa Omar Khayyam, sabio y dedicado hombre adelantado a su época que vivió a caballo entre los siglos XI y XII de nuestra era, y que le cantó a la vida, es verdad, a la paz, a la comprensión de quienes nos rodean, pero, y esto no podemos perderlo de vista, en compañía de un trago.

En sus rubaiyat, una forma métrica de la poesía, el enorme Khayyam nos da unas lecciones maravillosas, sin ánimo de ofender, y que pueden seguirse al pie de la letra con el placentero esfuerzo mínimo de leerlo e irlo asimilando verso a verso, trago a trago. Veamos algo de su trabajo que quizá usted conozca, en cuyo caso recordemos: “Puesto que ignoras lo que te reserva el mañana, esfuérzate por ser feliz hoy./ Toma un cántaro de vino, siéntate a la luz de la Luna/ y bebe pensando en que mañana/ quizá la Luna te busque inútilmente.” Coño, razón le sobra: si no disfrutamos hoy y tratamos de entender el significado de la presencia de la Luna, mañana esa misma Luna nos echará en falta porque ya habremos colgado los tenis y estaremos tres metros bajo tierra.

Desde luego, no se trata de morir en el intento, sino de cruzar el 6 de enero con gracia y garbo. Y para ello cada quien tiene su receta, pero la verdad es que el cuerpo humano funciona de una sola manera: el alcohol deshidrata y eso quiere decir que no sólo se pierde agua, sino su valioso contenido, electrolitos. Sin que esto sea un comercial caro, prevéngase para cuando se le hayan pasado las cucharadas: en el mercado, de venta libre, encontrará una amplia y hasta sabrosa variedad de bebidas rehidratantes que si bien no son milagrosas, le van a restituir lo que pierde en una noche de copas. Poco a poco, sorbo a sorbo. Y nada de tener ese equipo de salvataje en el refri: el líquido helado no es buen amigo al día siguiente. Hidrátese como un profesional y recuerde que no es posible hacer trampa: tomarse un litro de bebida con electrolitos antes no lo protegerá de nada porque existe un límite, la “hidratación basal” y fuera de ahí todo lo desechará sin aprovecharlo.

Pero existe un hepatoprotector, desde luego que sí. Y si su médico se lo prescribe, no volverá nunca a saber lo que es una cruda. También es de venta libre y su internista se lo recomendará si lo juzga conveniente. Dispense que no ponga aquí el nombre, pero pregunte y será salvo: esto es un maratón, no un viacrucis.

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