Cuando suponíamos estar medianamente imbuidos en la era digital, la aparición del COVID y su veloz conversión en pandemia, nos forzó a tener una mayor presencia en ese mundo novedoso pero aún desconocido, moderno pero con notables atrasos, facilitador pero potencialmente riesgoso.

Y es que el aislamiento supuso que de un momento a otro nos posicionáramos frente a la computadora o al celular para intentar llevar a cabo lo que hace apenas unos meses realizábamos de manera presencial. De repente supimos que ya no era necesario ir al supermercado, al restaurante, al banco, al cine, a las oficinas, a la escuela o al trabajo, sino que todas estas actividades de nuestra vida cotidiana habían venido a casa a instalarse como una especie de huéspedes permanentes. Advertimos en muy poco tiempo que las tecnologías de la información y la comunicación no solo estaban ahí como un poderoso aliado frente a la propagación del virus, sino que acompañaban a millones de personas para hacer más llevadera su vida diaria, y que así fuere dentro de un espacio radicalmente reducido, pudieran continuar desarrollándose. Vimos que quienes iban diariamente a sus oficinas ahora pueden cumplir su jornada laboral conectados desde su habitación, y quienes iban al gimnasio hoy hacen ejercicio desde su sala viendo youtube.

Aún así, no hay duda que todavía desconocemos todos los beneficios que la era digital podrá traer para nuestras vidas. Sin embargo, esta supuesta modernidad presente en la posibilidad de realizar pagos con solo abrir una app desde nuestro celular sigue siendo un privilegio de unos cuantos, mientras seguimos viendo largas filas sin sana distancia en muchas ciudades para que la gente pueda utilizar los cajeros automáticos.

El contraste entre quienes tienen acceso a la luz, a la telefonía y al internet, y quienes los carecen en amplias zonas de nuestra geografía nacional, no puede persistir, sobre todo si aspiramos a remover los obstáculos que impiden que millones de mexicanos puedan ejercer sus derechos en la misma forma en que lo hacemos quienes vivimos en las ciudades. Mientras muchos estamos expuestos a la sobresaturación de información derivada de las redes sociales, y a la deliberada difusión de fake news con la intención de confundir, millones se encuentran en la penumbra informativa, en cuya ignorancia se anida la creencia de que el COVID no existe, que es una invención y que no hay que tomar medidas preventivas.

Da gusto saber, en este contexto, que uno de los proyectos presidenciales esenciales del sexenio se oriente al “internet para todos”, y que ALTAN redes se esté dando a la tarea de conectar de manera prioritaria a las 75 mil comunidades más apartadas de nuestro país.

Al final, nos estamos acostumbrando tanto a pasar cada vez más tiempo en ese mundo virtual que nos soluciona nuestras actividades esenciales individuales o familiares, que poco reparamos en el hecho de que como nunca antes estamos exponiendo nuestra privacidad al participar con mayor intensidad en paneles académicos, reuniones laborales, chats de amigos y comunicaciones personales en las que cada vez compartimos de manera más abierta nuestra información y datos personales, y en donde, por impericia o descuido, exhibimos también nuestra intimidad a través de imágenes, fotos o números telefónicos. Debemos ser conscientes, en este sentido, que cada segundo que pasamos conectados alimentamos el repositorio digital que nos corresponde, dejando huella en alguna parte de la nube digital de nuestros gustos, intereses, aficiones y prioridades.

Qué bueno que las posibilidades de la tecnología estén ayudando a países a salir bien librados de la pandemia. Sin embargo, es preciso subrayar que el mundo digital tiene un lado oscuro, interesado en manipularnos consciente e inconscientemente, para que consumamos cierto tipo de productos, o para que, en el extremo, votemos a ciertas opciones políticas.

Ante ello, estemos muy atentos a la forma en la que el COVID va transformar nuestras vidas, las democracias y las elecciones, porque difícilmente volverán a ser como antes. El acompañamiento del adjetivo digital para el trabajo, la educación, la violencia y los comicios ha llegado para quedarse, dentro de una vida que se caracterizará por la invasiva presencia de lo digital. Este hecho, incontrovertible, debería impulsarnos a poner las barreras pertinentes para que las predicciones de la inteligencia artificial no terminen en una manipulación digital de proporciones mayúsculas que, sin darnos cuenta, comience un silencioso desplazamiento de los reductos de libertad que hoy tenemos y que confirman nuestra capacidad de discernimiento y de elección, como característica distintiva del género humano.

• Académico de la UNAM.
@CesarAstudilloR

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