Este fin de semana pude ver “Una película de policías”, de Alonso Ruizpalacios. Bien describe el director a su película como “un experimento”. La narrativa entra y sale de la realidad y teje la desgracia personal con la social e incluso con algo de comedia. Conocemos a los actores en sus personajes, pero también como personas, inmersos en un proceso, casi etnográfico, para hacerse policías. Hay una historia de amor, de injusticia(s cotidianas) y una tragedia colectiva que se desarrolla a la vista de todos y todas.
Muchos estudios y textos académicos han señalado los problemas de precariedad e incertidumbre que existen para quienes realizan trabajo policial en México. Según Causa en Común, en 2020 murieron más de 500 policías, un promedio de 1.4 policías diarios.
Otro tanto han mostrado la desconfianza que hay hacia las policías (aunque nunca es tan baja como la que existe hacia los partidos políticos). Entre más descentralizada está la institución, más agudos son los problemas. La película permite ver todo esto: policías que no cuentan con equipo propio o en buen estado, capacitaciones insuficientes para realizar su trabajo o atender a la población, salarios míseros que deben ser complementados con mordidas y, mordidas que deben ser repartidas a lo largo y ancho de la institución. Muestra, además, el poco apoyo que las policías reciben de sus propias instituciones, de los gobiernos y de la ciudadanía.
La policía, como señala Teresa, uno de los personajes principales, “esta desprotegido en todos los sentidos… nada garantizado. Ni protección del mando, ni de la ciudadanía.” Sobre todo, en los escalafones más bajos, a los que pertenecen los personajes centrales, es el lumpen; sin valor social claro, aunque con algo de potencial rentista para quien detenta la plaza. Toda la tragedia de estas instituciones queda ahí descubierta, con toda su complejidad, humanidad y drama.
Muchas veces hemos oído decir que la militarización de la seguridad es la única salida posible frente a la crisis de inseguridad que vive el país. El poder de la delincuencia organizada, la falta de capacidad de las instituciones civiles y la corrupción de estas, son problemas incorregibles. Los militares, no dicen, cuentan en cambio con más confianza social, mejores controles internos y armamentos suficientes. Sin embargo, la película muestra que el problema no es innato a las policías. “¿A quién le conviene?” la corrupción, pregunta Teresa. “Yo creo que le conviene a todo mundo, desde el ciudadano, hasta el policía y al mando. Porque si el ciudadano se pasó un alto… no hay necesidad de que un policía le pida [un soborno], pues como el ciudadano ya sabe que incurrió en alguna falta, él mismo te ofrece. Y si tú ya sabes todas las necesidades que tienes desde que entras a trabajar, pues dices: “Es la oportunidad”, ¿no? Y va agarrado de la mano, desde lo que a mí me da el ciudadano, yo también le doy a mi jefe de sector, al comandante y va hacia arriba. Se cubren todas las necesidades del servicio.”
No hay militarización inevitable sino negligencia desde el poder civil. Hay una decisión deliberada de abandonar a las policías a su suerte y entregar la seguridad pública —y con ella el Estado— a las instituciones castrenses. Todo ello sin reconocer que el problema no está en las policías sino en los gobiernos y en la sociedad.