Hace unas semanas preguntaban a Xóchitl Gálvez sobre su estrategia de seguridad. En su respuesta la senadora afirmó: “De entrada, aquí no va a haber abrazos. Eso sí lo dejo claro. Tiene que haber una estrategia bien pensada. De entrada, en mi estrategia de seguridad pública, estoy trabajando ya con expertos, dejándome ayudar, experiencias exitosas en el gobierno de Calderón, que podríamos retomar. Obviamente creo que lo que más se le critica a Calderón es la rapidez con la que quiso enfrentar sin tener la estrategia terminada. Pasó lo mismo con este gobierno”.

La aparición de Xóchitl Gálvez en el escenario electoral fue una sorpresa. En los sectores que rechazan el proyecto político de López Obrador y que vemos con preocupación el talante autoritario de su gobierno, incluso generó entusiasmo. Como en su momento lo hizo el propio AMLO, ahora Xóchitl representa una alternativa al oficialismo, al abuso de poder y a la política de señores reciclados entre partidos. A diferencia de Claudia Sheinbaum, que se fotografía con el presidente e incluso imita sus gestos y formas para ser identificada con él, Xóchitl aparece sola, con un estilo propio, que en gran medida escapa de la narrativa de la política mexicana patriarcal.

Quizá por eso produce tanto resquemor escucharla hablar de retomar experiencias del calderonato, un gobierno que nadie recuerda por sus experiencias positivas, particularmente en seguridad. Al contrario, es recordado como el gobierno de la guerra, de los despliegues militares y la escalada homicida. A Felipe Calderón no se le critica que haya actuado con rapidez, sin tener una estrategia clara, sino por las violaciones masivas a los derechos humanos cometidas por las fuerzas federales durante su mandato, las desapariciones y ejecuciones extrajudiciales, la creación de un estado de excepción permanente (cuya pieza central fue la constitucionalización del arraigo y la prisión preventiva de oficio) y la construcción de cárceles privadas que llenó de jóvenes —especialmente mujeres— acusadas de delitos de drogas. La seguridad de ese gobierno estuvo a cargo de personajes tan desprestigiados como García Luna y Medina Mora. Las tasas de homicidios pasaron de 8.1 al arranque de su gobierno en 2007 a 23.5 en 2011, un incremento sin precedentes en nuestro país.

No se me ocurre una buena razón para vincularse con la política de seguridad de esos años, o con sus personajes, ni siquiera retóricamente. No hay una experiencia buena que sirva para perdonar los errores y pésimos resultados en seguridad que tuvo ese sexenio. Es francamente inquietante pensar en el regreso de esos tiempos o en la declaración frontal de una guerra del gobierno contra la propia población de su país como alternativa al desastre actual. Más aun, si lo que Xóchitl busca es distanciarse de López Obrador y presentarse como alternativa, habría que ver que el gobierno de López Obrador es, en gran medida, la continuación de la misma lógica fracasada de la política de seguridad del calderonato. Quizás los paralelos más relevantes son la profundización de la militarización y del estado de excepción. Ahí está la Guardia Militar, con la que se consolidaron y multiplicaron los despliegues militares. Ahí están también las cárceles con un creciente número de mujeres y hombres jóvenes presos, el crecimiento de delitos que conllevan prisión preventiva de oficio y otras medidas que afianzan el estado de excepción.

Si Xóchitl quiere convencer que es diferente a López Obrador —y a las enquistadas élites partidistas que gobernaron antes— debe hacerlo no sólo en el discurso sino en las propuestas. Que use a Calderón de referente, así sea por inercia en una entrevista poco reflexiva, preocupa porque hace creíble que termine siendo un vehículo más para que los señores de la guerra regresen reciclados una vez más.

Profesora-investigadora del CIDE. @cataperezcorrea

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