No cabe duda que el 1 de febrero de 2025 marcará el inicio de una nueva era en Norteamérica, representada por la ofensiva comercial del presidente de los Estados Unidos contra México y otros dos países. Con la misma petulancia de quien sabe poco y le importa menos la economía internacional, el presidente de ese país ha firmado una orden ejecutiva imponiendo un arancel del 25% a las importaciones mexicanas. Su justificación, en el mejor de los casos, es un sofisma: presionar a México para combatir el tráfico de fentanilo y reducir la migración ilegal. En el peor, es una estrategia política disfrazada de estrategia económica.

Pero en esta nota quiero comentarle que los efectos de esta medida no serán únicamente económicos. El golpe se sentirá con fuerza en la política de seguridad pública de México, donde la crisis delictiva ya pende de un hilo muy delgado. Sin inversión suficiente, con una estrategia de seguridad que se debate entre la militarización y la fantasía, y con un Estado que ha cedido enormes franjas de territorio a grupos criminales, la imposición de aranceles amenaza con hacer aún más sombrío el panorama nacional.

Recortes, policías mal pagados y crimen en ascenso

Los aranceles no afectarán solo a las empresas ensambladoras y exportadoras del centro y norte del país y a los productores agrícolas de Michoacán, Jalisco y Guanajuato; también reducirán la capacidad del Estado mexicano para financiar su seguridad pública. La caída en la recaudación fiscal, producto seguro de la desaceleración económica, significará menos recursos para policías, programas de prevención del delito (si acaso se pensaban realizar), y para el trabajo de las instituciones judiciales, de las cuales ya estábamos a la espera de su réquiem por el método de la tómbola. ¿La consecuencia? Más territorios sin control y más poder para el crimen organizado, que no entiende de crisis económicas, pero sí de negocios ilegales.

La falta de recursos golpeará principalmente a los gobiernos estatales y municipales, que ya de por sí operan con presupuestos ínfimos para enfrentar una criminalidad cada vez más arrojada y mejor armada. Menos patrullas, menos vigilancia y más corrupción en instituciones de seguridad vulnerables a la cooptación de los cárteles. El error de concepto aquí es tan palpable como grotesco: en su supuesto intento por combatir el tráfico de fentanilo el presidente de los EEUU podría estar fomentando las condiciones perfectas para que florezca.

Cooperación en ruinas: el fin del pragmatismo bilateral

Desde hace décadas, la seguridad de México y Estados Unidos ha estado atada por un frágil y pragmático pacto: Washington financiaba un poco y México ejecutaba en la misma medida. La Iniciativa Mérida y, más recientemente, el llamado Entendimiento Bicentenario han buscado servir como mecanismos de cooperación en inteligencia, detención del tráfico de drogas y control de armas. Pero si la relación comercial se rompe definitivamente con una guerra de aranceles, lo más probable es que la cooperación se vuelva incompatible al menos durante todo el cuatrienio del presidente Trump.

Pero la verdadera amenaza no es la pérdida de ayuda estadounidense, sino la transformación de la cooperación en un chantaje. El presidente de ese país no busca ayudar a México en su crisis de seguridad; lo que pretende es subordinar su política migratoria y de drogas a las emociones de su electorado. El gobierno de México tendrá que decidir entre ceder ante la presión de Washington o enfrentar un choque diplomático con implicaciones económicas y políticas sin precedentes, al menos desde 1914 con la ocupación del puerto de Veracruz por parte de tropas norteamericanas.

Migración y violencia: el doble efecto de la crisis económica

Cuando la economía de un país se hunde, su gente busca salidas. En México, la opción más obvia ha sido siempre la informalidad, seguida por la migración, y lamentablemente para algunos, el crimen. Si los aranceles de Trump reducen el empleo en sectores clave como el automotriz, el manufacturero, y la agroindustria, el flujo migratorio hacia Estados Unidos se intensificará. Así ha sido siempre. Y esto, paradójicamente, hará que la frontera norte y sur se vuelvan aún más caóticas, que es exactamente lo opuesto a lo que Trump dice querer lograr.

Pero hay otra consecuencia aún más peligrosa. En tiempos de crisis, el crimen organizado puede expandir su control sobre comunidades vulnerables. Sin alternativas de empleo, más compatriotas se verán tentados a unirse a la economía ilegal. ¿El resultado? Mayor reclutamiento por parte de cárteles, más extorsión, más huachicol y más territorios bajo el control de grupos locales con patente de corsario.

Conclusión: la pobreza mexicana como estrategia electoral americana

Donald Trump sabe perfectamente que estos aranceles no resolverán la crisis del fentanilo ni reducirán la migración ilegal. Sabe que solo agravarán el problema de seguridad en México, que aumentarán los costos para consumidores y empresas estadounidenses y que pondrán en riesgo la estabilidad económica en la región. Pero eso no le importa.

Lo que le importa es la narrativa de la cual depende su popularidad. Trump quiere que su base (normalmente enojada) de votantes vea en él a un líder que se enfrenta a México como los malos de esta historia. La seguridad, la economía y la diplomacia son daños secundarios, temporales, en su camino de regreso al poder. Y si México termina con más desempleo, violencia, crimen organizado, y más migrantes desesperados, ¿qué más da? Para él, es solo otra oportunidad para culpar a su vecino del sur y seguir alimentando la máquina de su populismo miope.

Académico, CentroGeo

www.carlosvilalta.org

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