Decía Norbert Elías en 1939, que Europa occidental registraba pocos homicidios gracias a un proceso civilizatorio y pacificador de varios siglos. Según él, Europa había logrado crear instituciones capaces de proteger los derechos de sus ciudadanos. Y que sus estados-nación poseían, además, la legitimidad y los medios para mantener su monopolio en el uso de la fuerza. Era lo anterior lo que explicaba que los europeos usaran cada vez menos la violencia física para resolver sus conflictos interpersonales. Lo irónico es que ese monopolio y fuerza fueron tales en algunos estados, que llegaron a usarse para librar una segunda guerra mundial. Afortunadamente, el grupo de los estados totalitarios perdió la guerra, y el descenso de la violencia homicida prosiguió en esa parte del mundo.

Saber lo anterior es importante porque México también vivió un proceso histórico similar. Los datos oficiales indican que entre 1931 y 2007, México redujo su tasa de homicidios de 50.8 a 8.2 por cien mil habitantes (un 516% menos). Y siguiendo las ideas de Elías, este logro se debe a que generaciones anteriores a la nuestra crearon un sistema de instituciones, y sectores de gobierno enteros en realidad, que hicieron menos necesario el recurrir a la violencia física para resolver los conflictos interpersonales.

Pero luego vino otro teórico, Jonathan Fletcher, en 1997, para recordarnos que esos procesos de civilización y pacificación nunca están acabados y que siempre están en peligro. Y así fue. El caso mexicano valida la tesis de Fletcher. Para nosotros, 2008 fue el año que la pacificación tuvo un alto. Ojo: un alto, no un final. Y digo un alto, porque la violencia de hoy no es la de antes. La violencia de hoy no es una violencia compartida, usual, distribuida y correspondida por la sociedad. Es una violencia exclusiva de un reducido grupo de maleantes, a mi parecer, de bastante baja cepa. Sicarios se les llama. Esos que trabajan para el crimen organizado.

Es así que nuestro proceso de pacificación fue interrumpido por el crimen organizado. Y cierto es que estos maleantes crecieron bajo el amparo de la irresponsabilidad política de muchos sexenios. Pero tomen nota de esto: que los que amenazan de muerte y los que al final jalan del gatillo, son ellos. Son ellos los que están matando civiles, policías y militares, en números nunca antes vistos. Es más, tanto se ha detenido nuestro proceso de pacificación, que este año nos mostraron que son capaces de tomar la capital de un estado por varias horas. Cosa que no había sucedido antes. Lo que muestra, primero que todo, que su determinación tiene menos límites por día que pasa. Y segundo, que lo que digan y hagan las instituciones del Estado les entra por una oreja y les sale por la otra.

Así que no se deje engañar. La verdadera oposición es el crimen organizado. Porque no son opositores ni enemigos los críticos partidarios o los líderes de movimientos sociales. Ellos podrán tener ideas y preferencias diferentes a las de uno; pero no se oponen a los “ideales” que nos unen a todos. Verlos como enemigos es de tardos. Algo propio de pseudo intelectuales medio vagos y medio irrespirables. Esos que lucran con dividirnos. Es más, ni los conspiradores son tan peligrosos como los criminales organizados. Porque hasta los primeros necesitan de las garantías de una constitución política. Pero a los segundos, les importa un bledo lo legislado y lo que no.

De nuevo: el crimen organizado es la verdadera oposición. Se opone al Estado, a la paz, al progreso, y por todo lo anterior, se opone a nosotros. Sus fines van en colisión contra todo lo que queremos. Sus prácticas son incompatibles con nuestra idea de país. Y son ellos los que atascan nuestro proceso de pacificación. Urge detener a esta oposición, la verdadera oposición, la peligrosa, y retomar el curso que llevábamos. Es contra ellos contra los que habría que marchar.

Investigador y Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI-3). Centro de Investigación en Ciencias de Información Geoespacial (CentroGeo). Twitter: @cjvilalta

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