A Bernardo Bravo lo mataron por decir lo que todos sabían y muy pocos se atrevían a decir en voz alta: que, en el Valle de Apatzingán, el limón no se cultiva, se administra. Que la región no está regida por el mercado ni por las reglas del gobierno, sino por una estructura criminal que fija precios, controla rutas, decide quién vende y quién se calla. Bernardo no era un político ni un caudillo. Era un líder de su gremio citrícola. Levantó la voz. No pidió permiso. Lo mataron. Y con él, dejaron claro quién es dueño de la economía de una región entera.
Días después asesinan a Carlos Manzo, presidente municipal de Uruapan. No fue una sorpresa para nadie. Él mismo lo había dicho. Lo repitió. Y nadie lo protegió o su protección fue insuficiente. Lo ejecutaron en público, durante un evento comunitario, a plena vista, como quien firma un documento frente a testigos. Ese asesinato no solo fue un crimen: fue una instrucción. Una corrección de poder. Un recordatorio de quién manda en el terreno de a pie. Cuando un alcalde es asesinado en un acto abierto frente a su pueblo, la intención no es desaparecerlo. Es demostrar que la autoridad civil es prescindible… sustituible... decorativa.
En menos de una semana, en el mismo estado, dos asesinatos anunciados dejaron al gobierno sin respuesta narrativa. El país se preguntó lo que nadie en Palacio Nacional quería escuchar: ¿Quién gobierna Michoacán? ¿Quién fija las reglas? ¿Quién controla la vida pública? Que ambos descansen en paz.
Y entonces vino la escena que algún “genio” comunicativo diseñó para paliar los efectos negativos en redes.
La presidenta sale caminando del Palacio Nacional hacia instalaciones de la SEP. A pie. Sonriente. Párense. Saluden y tómense la foto. Yo estoy con el pueblo. Aquí no pasa nada. Es una puesta en escena pensada para enviar un mensaje: no hay por qué tener miedo. El país está bajo control.
Pero el control no se actúa. El control se ejerce.
En cuestión de segundos, un hombre —evidentemente intoxicado— cruza el aparentemente inexistente círculo de seguridad presidencial, la toca, la toma, la invade. La cámara registra el momento exacto en que la imagen se derrumba. No solo por la agresión en sí, sino por lo que revela: la protección más alta del Estado falló en vivo. Y si falla ahí, falla en todas partes.
La caminata diseñada para calmar se convirtió en la metáfora más precisa del momento político que vivimos: una autoridad que intenta proyectar fortaleza mientras la realidad le muerde los talones. A Dios gracias, no pasó a mayores.
La secuencia completa deja claro el punto: el líder local que intenta liberar a su comunidad es asesinado. El alcalde que intenta gobernar sin pactar es ejecutado. La presidenta que intenta demostrar que gobierna la calle es vulnerada en pleno Zócalo capitalino. El mensaje no es simbólico. Es operativo.
Lo que queda expuesto no es la incapacidad del Estado para controlar a los grupos criminales. Eso ya lo sabíamos. Lo que queda expuesto es algo más profundo: la soledad del ciudadano.
Si al que defiende a su comunidad lo eliminan. Si al que gobierna lo ajustician. Si a la presidenta no se le puede garantizar su propia integridad en un trayecto a pie de tres o cuatro cuadras, entonces, ¿qué queda para el resto?
Lo que queda es la intemperie. El ciudadano solo.
Y justo ahí, donde el miedo debería inmovilizar, aparece algo (todavía amorfo) que el gobierno no vio venir.
La Generación Z convoca a marchar el 15 de noviembre.
No para seguir a un líder. No para defender un partido. No para exigir privilegios o prebendas. Sino para decir, con el lenguaje directo de quienes no le deben nada a nadie: esto no es normal.
Y esta marcha dolerá por su origen.
Nace del vacío. Del hartazgo sin intermediarios. De la certeza de que, si el Estado no protege, la sociedad tendrá que decirlo por sí misma.
Y cuando esa protección falla, la calle habla. Y cuando la calle habla, el poder escucha, aunque finja que no.
Esto no es normal. Y lo sabemos todos.
POSTDATA – Grecia Quiroz es ahora presidenta municipal de Uruapan, habiendo asumido el cargo tras el asesinato de su esposo. A la autoridad que corresponda: Mas vale que a esta valiente mujer no le pase algo o el estado de Michoacán se les va a incendiar y no lo van a poder apagar.

