Se le conoce como pig butchering, literalmente “matanza de cerdos”. Un nombre grotesco para un fraude sofisticado. En México ya hay víctimas que han perdido sus ahorros, sus inversiones, su dignidad digital y más de uno está en camino de irse a la bancarrota.
La estafa combina cuatro ingredientes que, al mezclarse, producen un resultado de alto riesgo: soledad, esperanza, codicia y tecnología.
Todo empieza con un mensaje inofensivo que normalmente llega por Telegram (muy similar a WhatsApp): “Hola, perdón, te escribí por error”, “¿Eres tú el de la conferencia?”, “Vi tu perfil y me pareces interesante”.
Después viene un intercambio de textos —ya sea en español o en inglés—, la aparente amistad evoluciona a un coqueteo, y de ahí, a un profundo enamoramiento digital. Las imágenes de perfil de los atacantes suelen ser de jovencitas japonesas o coreanas, cuidadosamente elegidas.
La víctima potencial baja la guardia, sus emociones sobrepasan a su lógica y razonamiento, ergo, confía.
Luego llega la oportunidad de invertir: una app que “enseña” a generar excelentes rendimientos diarios, una supuesta asesoría en criptomonedas o en acciones de bolsa en distintos países, una promesa de independencia financiera.
Pero cuando el dinero entra al sistema, ya está condenado. Es entonces que empieza la engorda del cerdo, preparándolo cuidadosa y pacientemente, para posteriormente, ser sacrificado.
De acuerdo con Chainalysis, en 2024 las estafas tipo pig butchering crecieron más del 40% a nivel global. Se estima que mueven cerca de 9 mil millones de dólares al año. No son operaciones improvisadas: son estructuras transnacionales con centros de control en Asia y redes de lavado en Europa y América Latina.
En México el fenómeno avanza lentamente, pero sin freno y sin conocimiento por parte de la población.
Tuve acceso a la evidencia de uno de estos casos y quedé sorprendido por la sofisticación y el profesionalismo de los atacantes. Esto no era un par de universitarios operando desde el sótano de su casa. Al menos en este caso en particular, detrás de la app “RHTradingPro” hay un equipo dedicado en cuerpo y alma a convencer a sus víctimas de no dejar de invertir, de seguir alimentando la ilusión de ver cómo su inversión —supuestamente— no deja de crecer como si le inyectaran esteroides.
Y no hablamos de mujeres y hombres ingenuos. Muchos tienen estudios universitarios y experiencia empresarial. La manipulación emocional, más que la ignorancia, es el arma principal. Primero te enamoran, te ofrecen el paraíso terrenal a su lado, luego te “educan” en inversión, y finalmente te parten en chuletas, buche, lomo y tocino.
El problema no es solo individual. México no tiene una legislación específica contra este tipo de ciberfraudes ni forma parte del Convenio de Budapest sobre ciberdelincuencia. La consecuencia: un vacío jurídico que deja a las víctimas sin protección y a los delincuentes sin persecución. Mientras otros países rastrean transacciones y sancionan a intermediarios financieros, aquí ni siquiera se reconocen oficialmente las pérdidas.
La raíz está en la confianza mal colocada. Desconfiamos del desconocido en la calle, pero no del desconocido en el chat. Hoy la ingeniería social reemplaza al arma: Al estafador le basta con una historia creíble y un perfil convincente. Su poder no está en la violencia, sino en el algoritmo que selecciona a quien tiene la emoción vulnerable correcta.
Las instituciones financieras se lavan las manos. El Estado está ausente. Y las víctimas cargan con la culpa, como si la inocencia fuera un delito. Pero lo que realmente hay es un vacío de educación digital, una falta de alertas públicas y una brecha de seguridad emocional que el crimen organizado ha aprendido a explotar con precisión quirúrgica.
Y no se trata solo de prevenir fraudes: se trata de entender que la manipulación emocional se ha convertido en un vector de riesgo nacional. Lo que antes era una estafa amorosa hoy es una industria criminal global que cruza fronteras, cuentas y corazones.
La pregunta es simple: ¿Cómo protegerse en el espacio emocional-digital?
POSTDATA – El secretario de Seguridad federal, Omar García Harfuch, dio a conocer el informe anual sobre seguridad reportando la destrucción de más de 1,500 laboratorios clandestinos dedicados a la fabricación de drogas sintéticas. Yo pregunto: ¿Dónde estaban estos laboratorios el sexenio pasado?

