Lo ocurrido ayer no fue una elección. Fue una representación. Un acto cuidadosamente montado para legitimar lo que ya estaba decidido desde hace meses: la conquista final de un poder más. El último. El que molestaba. El que no obedecía del todo.

El 1 de junio pasará a la historia no como el día en que los mexicanos eligieron a sus jueces, magistrados y ministros, sino como el día en que se clausuró el sistema de justicia que conocimos en las últimas décadas. No porque fuera ejemplar. No porque no hubiera corrupción. No porque no mereciera reformas profundas. Sino porque lo que se instaló en su lugar no fue mejor justicia, sino mayor control.

Con boletas que parecían laberintos y una maquinaria política que empujaba con acordeones a votar por votar, lo que presenciamos ayer fue la culminación de un proceso de desgaste institucional al que se llegó paso a paso, disfrazado de transformación.

Ya no se discute si la reforma judicial es buena o mala. Lo que se discute —y se teme— es qué país resultará de haberla impuesto así. Nos tomará varios años definir su impacto negativo.

La participación ciudadana fue baja. La enorme abstención no fue casual. Fue un acto de defensa cívica. Millones decidieron no prestar su nombre a un proceso sin sentido. Vieron el teatro, el montaje y decidieron no ser parte.

Es falso que no votar sea antidemocrático. Más antidemocrático es fingir que estamos eligiendo cuando en realidad solo estamos ratificando.

La justicia dejará de ser un freno a la arrogancia, ilegalidad y prepotencia del Estado y empezará a ser su cómplice silenciosa. El mensaje es claro: el que no esté alineado, que se atenga a las consecuencias.

Lo de ayer no fue una ruptura repentina. Fue una estrategia bien ejecutada. El Poder Judicial venía siendo debilitado desde hace años: primero en el discurso, luego en el presupuesto, después en la legitimidad. Ayer simplemente se le remató. Ya no habrá poder que contenga al poder.

Se utilizó el disfraz de la participación ciudadana, la coartada de lo popular, pero con la maquinaria del partido en el poder movilizando votos sin ideas.

¿Y ahora qué? Ahora vendrán los efectos. Las resoluciones judiciales que seguirán líneas partidistas. Las impunidades aseguradas para los afines. Las persecuciones legales para los incómodos. El “nuevo” sistema de justicia no empieza hoy. Ya lleva rato funcionando. Lo de ayer solo le dio rostro, aunque sea un rostro borroso.

Lo que presenciamos fue una elección para promover una narrativa y estructuras gubernamentales operando como partidos. ¿Y la oposición? Muy pobre, muy desarticulada y resignada.

Hubo quienes llamaron a votar nulo, otros a abstenerse, otros a participar “por ser nuestro derecho”. Todos perdieron. Porque lo de fondo no era el resultado. Era la mecánica.

La narrativa oficial podrá insistir en que “el pueblo eligió”. Pero la historia sabrá distinguir entre elegir y obedecer. Entre ejercer un derecho y simular una decisión.

Ayer se votó, sí. Pero no se eligió. Se ratificó una estrategia. Se ejecutó una ocupación. Y para quienes aún creen que esto se trata de izquierdas o derechas, de conservadores contra progresistas, lo de ayer fue otra cosa: fue poder puro, despojado de toda ideología, concentrado para permanecer.

En algún momento, México tendrá que reconstruir su sistema de justicia. No será fácil y no será pronto. Pero cuando llegue ese día, recordaremos el 1 de junio de 2025 como el momento en que se tocó fondo. Porque para reconstruir, primero hay que aceptar lo que se perdió. Y ayer, se perdió más que una elección. Se perdió el último contrapeso.

POSTDATA – El viernes pasado por la noche fue suspendido el concierto de Fermín Muguruza —que ya estaba en progreso— en el Multiforo Alicia en la colonia Santa María la Ribera, supuestamente por carecer de algún permiso. Lo que llama poderosamente la atención es que soldados armados estuvieron presentes en el operativo. ¿A quién demonios se le ocurrió semejante estupidez? Más grave aún, al cierre de esta columna nadie lo sabe todavía.

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