Decir que el cambio climático nos tiene con el agua en el cuello es una afirmación que se hace cada vez más literal. El 90 por ciento de las ciudades construidas sobre agua o cerca de ella, pensemos tan solo en la capital mexicana y en nuestros varios destinos turísticos de playa, serán las primeras víctimas del aumento de temperatura del planeta con el incremento del nivel de los océanos, así como el número e intensidad de inundaciones y sequías.

Durante los siguientes días, la ciudad de Glasgow, Escocia, se convertirá en el escenario en el que se desarrollará la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP26). Líderes de casi todos los países del mundo deberán demostrar qué han hecho sus gobiernos para cumplir los compromisos que suscribieron al firmar en 2015 el Acuerdo de París, en el que acordaron de forma unánime reducir emisiones de gases de efecto invernadero para contrarrestar el calentamiento global, sin embargo, el panorama no se ve nada promisorio. Nuestro propio país sigue manteniendo un tórrido romance con los combustibles fósiles.

Al parecer, nuestra esperanza para lograr revertir los efectos del calentamiento global está cada vez más lejos de los capitolios y palacios de los gobiernos nacionales, y está más cerca de los recintos de gobierno municipal. Las ciudades tienen un enorme potencial para lograr una nueva realidad ecológica, pues en ellas habita la mayoría de la población mundial y se genera alrededor de tres cuartas partes de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Muchas de ellas están dando grandes pasos gracias al compromiso de su ciudadanía con la acción climática que se requiere en la lucha contra el cambio climático.

Nuestra esperanza para lograr un futuro sustentable requiere necesariamente de la cooperación de gobiernos, industrias y de la propia ciudadanía, en la que el cambio climático y la descarbonización deben ser cuestiones fundamentales. Requiere pasar de la pasividad de ser meramente habitantes, a la acción de ser ciudadanos organizados que participan en la construcción de las alternativas a nuestro alcance y que exigen a los gobiernos e industrias aquellas que están más allá de las posibilidades de nuestro propio actuar. Nuestras ciudades son en gran medida la expresión final de la interacción que día a día tenemos desde la pequeñez de nuestros barrios y colonias.

Acciones que parecerían pequeñas, como instalar huertos urbanos, solarizar espacios comunitarios, pintar carriles para bicicletas, arreglar banquetas para caminar más, volver a los materiales reutilizables, recurrir a un consumo responsable, entre muchas otras que se multiplican a través de la belleza de la solidaridad, se están multiplicando y dando lugar a una nueva forma de ver y vivir nuestras ciudades. Eso es también una clara respuesta a la política nacional del cinismo para dar lugar a una política de la participación que devuelva a la gente el poder de decidir sobre su propio futuro.

La lucha contra el cambio climático es un asunto de justicia. Las personas en pobreza, que son la inmensa mayoría de la humanidad, son las más vulnerables a sus efectos. El poder político y económico concentrado en muy pocas manos ha influido dramáticamente en crear un paradigma de vida basado en el egoísmo y en la búsqueda del beneficio individual, aniquilando nuestro propio entorno natural, despojando a millones de personas y dejándoles en una situación de desventaja y desigualdad nunca antes vistas. Si nuestros mares y calles están infestados de plásticos, si nuestros cuerpos están colmados de toxinas, si la contaminación ha enturbiado nuestros cielos, es porque las alternativas para tener un mundo mejor han sido secuestradas por una minoría a la que le reditúa muy bien que sigamos teniendo un modelo de vida desechable en todos los sentidos.

Sabiendo que un futuro en el que la salud de las personas y la regeneración del planeta puede estar en primer plano, nuestro presente continúa alertándonos sobre un futuro distópico. Probablemente porque este es el mayor desafío al que nos enfrentamos como humanidad. Lo que significa que nosotros, como ciudadanos, debemos estar preparados para impulsar la reinvención de nuestras formas de vida, especialmente en las ciudades, e incidir en un cambio político a través de nuestra organización.

En este Día Mundial de las Ciudades, reflexionemos sobre qué tipo de futuro cercano queremos para lograr una ciudad más habitable, más segura, más justa, más equitativa y sostenible. No dejemos que nos engañen, sí es posible, es exigible y cada día podemos ser más personas compartiendo e impulsando esa visión.

*Carlos Samayoa es coordinador de ciudades sustentables en Greenpeace México

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