“Los pequeños países del tercer mundo tienen la posibilidad de despertar un vivo interés solo cuando se deciden a derramar sangre. Es una triste verdad, pero así es”. RYSZARD KAPUŚCIŃSKI
En el primer lustro de los años 70, entre el cuarto y quinto año de primaria en el Instituto México de mi natal Tijuana, escuché por primera vez el término “tercer mundo”. Ha pasado más de medio siglo y aún conservo con gran precisión aquel recuerdo infantil.
Ese día, al salir de clases, corrí a casa, a tres cuadras del colegio, para interrogar a mi papá durante la comida familiar. Me resulta imposible recordar la fecha exacta, pero la mesa siempre estaba puesta a la 1:30 en punto. La puntualidad es, quizá, la regla de cortesía más enfática en la familia Mora Álvarez, inculcada de generación en generación, desde hijos, nietos y, ahora, bisnietos.
Aquel día en particular, con la inquietud de un niño curioso, le pregunté a mi papá: “¿por qué vivimos en el tercer mundo y no en el primero?”. Su respuesta, más que
enfocarse en la riqueza o el poder, se centró en la geografía. Aquí les comparto su visión, queridas amigas, apreciados amigos, distinguidos lectores.
Con gran calma, nos explicó a mis cuatro hermanos menores—Marco Antonio, Consuelo Celeste, Fernando y Karina—y especialmente a mí, que por nuestra ubicación geográfica vivíamos, literalmente, en ambos mundos: el primero y el tercero (más adelante trataré de abordar el llamado segundo mundo, un concepto que en nuestra infancia era difícil de comprender y sobre el cual, por cierto, mi papá no abundó demasiado).
Con total claridad nos explicó que una de las grandes ventajas de vivir en la frontera más transitada del mundo—y no es exageración, lo confirman los más de 120 millones de cruces anuales entre la región Cali-Baja—es la posibilidad de moverse y trabajar entre Tijuana y San Diego. Esto, de alguna manera, nos colocaba en un punto intermedio entre ambos supuestos mundos.
Esta extensa introducción tiene un propósito fundamental: exponer un concepto que acabo de descubrir y que he compartido con personas mucho más conocedoras y experimentadas que quien escribe estas líneas. Ahora me atrevo a publicarlo con la ilusión de captar su amable atención.
España, en este preciso momento, es, en mi opinión, el verdadero primer mundo. En la siguiente entrega explicaré esta teoría con ejemplos concretos y relatos de
conversaciones que he sostenido con sus habitantes, incluyendo a muchos extranjeros que han hecho de esa bendita tierra su hogar. Como podrán leer en la próxima columna, también exploraremos la historia del erudito y brillante personaje que definió el concepto de tercer mundo.
Alfred Sauvy (Villeneuve-de-la-Raho, Francia, 31 de octubre de 1898 - París, 30 de octubre de 1990) fue un sociólogo, economista y demógrafo francés que acuñó el término tercer mundo en una serie de artículos publicados en 1952. Inspirado en el concepto francés “tercer estado”, utilizó la expresión para referirse a los países que no pertenecían a ninguno de los dos bloques de la Guerra Fría.
Por un lado, estaban los países del primer mundo, encabezados por Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Australia, Europa Occidental, Corea del Sur, Japón, Nueva Zelanda y sus múltiples aliados.
Por el otro, el bloque comunista, conformado por la Unión Soviética, Europa Oriental, China, Cuba y Corea del Norte (hoy en día, este grupo ha desaparecido como concepto “socialista”, e incluso el uso del término se considera impreciso).
Con el tiempo, el concepto tercer mundo comenzó a emplearse erróneamente como sinónimo de atraso y subdesarrollo. Se usa, de manera despectiva, para referirse a los países en vías de desarrollo, en contraposición con las naciones industrializadas.
Bajo esta interpretación reduccionista, se agrupan los países con los menores índices de crecimiento y desarrollo humano, donde persisten rezagos en áreas como la economía, la educación, la seguridad pública y el acceso a servicios básicos. Un largo etcétera de desafíos aún por resolver... Continuará.
Hasta siempre, buen fin.