A Don Carlos de Alva Fernández, tan digno, como ejemplar mexicano en la Embajada de Washington. Que su clase personal y gallardía institucional, se destaque en su nueva encomienda. El mayor de los éxitos, querido tocayo. Te abrazamos desde Madrid.

"Esta usted ante el magnífico palacio renacentista del siglo XVI-XVII, llamado Palacio del Virrey o Palacio de los Larrea, actualmente Parador Nacional de Turismo. La primera de las denominaciones es debido a que uno de sus propietarios fue virrey de Méjico (así está escrito).

Los constructores y primeros propietarios del palacio pertenecieron a la familia Larrea como lo demuestra el escudo de armas que aparece en la fachada principal. El linaje de los Larrea ha marcado una profunda huella en la historia y patrimonio de la localidad de Argómaniz".

Parador de Argómaniz

El extenso epígrafe que engalana la presente entrega, se puede leer en el fosforescente vestíbulo de El Parador en comento, donde por cierto y para variar nos atendió muy sonriente una gentil recepcionista que seguramente no superaba los 20 años de edad, esto sucedió el día 18 de agosto de este 2025 a punto de concluir. Fue una temporada soñada la que vivimos mi amada GEMY y el escribiente, durante las ferias taurinas en el norte de la Península Ibérica, cuando disfrutamos en pleno verano corridas desde; Pamplona hasta San Sebastián y Bilbao, con la consecuente visita a los alrededores con preciosas vistas en pueblos (como les dicen los cálidos españoles) únicos, mágicos, llamados Hondarribia con su Parador místico, donde gozamos de un suculento desayuno matutino, así como Getxo y su Palacio Arriluce, con una comida-cena de cinco estrellas en un escenario inolvidable, como igualmente resultó inolvidable la hermosa ciudad de Vitoria con su grandilocuente comedero "El Portalón".

Pues bien queridas amigas, apreciados amigos, distinguidas lectoras e insignes lectores, con estos dos magníficos Paradores en lo que va de los últimos 42 meses de maravilloso romance, más algunos cuantos que se sumaron antes de terminar este ciclo, estaremos llegando a la cifra de visitas de tres docenas de estas mágicas instalaciones.

La ilusionada pretensión, es que a lo largo de los próximos 24 meses del 2026 al 2027, logremos - con la bendición de nuestro DIOS PADRE - conocer el resto que nos faltan por visitar del centenar de estos sitios incomparables, en el marco del aniversario número 100 que se debe celebrar por todo lo alto en octubre del 2028.

Antes de finalizar la presente entrega, les dejaremos para su atención y admiración una lectura que igualmente ilustra este sitio sin igual.

Añoranza:

Cuenta la leyenda...

Que en el inicio de los tiempos, cuando los hombres comenzaron a poblar la tierra, no existían ni el sol ni la luna y los hombres se encontraban inmersos en una gran oscuridad. Asustados por las numerosas criaturas que salían de las entrañas de la tierra (toros de fuego, caballos voladores, enormes dragones, genios y brujas....) los hombres vivían en cavernas temerosos y expectantes de lo que les depararía un día más en esas tenebrosas tierras, hasta que finalmente, en su desesperación, decidieron pedir ayuda a Amalur, Madre Tierra y Creadora de la Vida. Ante la insistencia de sus plegarias, Amalur les dijo:

- "Hijos míos, me pedís que os ayude y eso voy a hacer. Crearé un ser luminoso al que llamaréis Ilargi".

Y así Amalur creó la Luna, que con su brillo pálido iluminó la noche y espantó a las criaturas. Al comienzo, los hombres se asustaron de la luz y permanecieron en sus cuevas sin atreverse a salir pero, al ver que las criaturas de la oscuridad huían del resplandor de Ilargi, salieron a celebrarlo regocijados.

Pero el susto de los genios no duró para siempre, y poco a poco, las criaturas de la oscuridad se acostumbraron a la luz de Ilargi, y no tardaron en salir de sus simas y acosar de nuevo a los humanos. Así que los hombres acudieron otra vez a Amalur, pidiéndole esta vez algo más poderoso.

- "Amalur", - le dijeron - "te estamos muy agradecidos porque nos has regalado a la madre Luna, pero aún necesitamos algo más poderoso, puesto que los genios no dejan de perseguirnos".

- "De acuerdo", - respondió Amalur - "crearé un ser todavía más luminoso al que llamaréis Eguzki".

Y Amalur creó el Sol. Era tan grande, luminoso y caliente que incluso los hombres tuvieron que acostumbrarse poco a poco a él. Gracias a su calor y luz, las plantas crecieron hasta ponerse más bellas y fuertes que nunca y, aún más importante, los genios y las brujas no pudieron acostumbrarse a la gran claridad que proporcionaba Eguzki. De esta forma, el Sol se convirtió en el guardián del día y veló por todos los hombres y mujeres que sentían su energía. Desde entonces, las malvadas bestias solo pudieron salir de noche, por lo que una vez más los hombres acudieron a Amalur para pedirle protección, ya que los genios seguían saliendo de sus simas en la oscuridad del crepúsculo para acosarlos. Y fue entonces cuando Amalur creó una flor tan hermosa que, al verla, los seres de la noche creerían que era el propio Eguzki y huirían aterrados.

Esta es Eguzkilore, también conocida por muchos como la flor del sol. Hasta hoy, este es el símbolo de protección que defiende los hogares de los malos espíritus, los brujos, los genios de la enfermedad, las tempestades, rayos y demás enemigos de los hombres y mujeres vascas.

Desde aquel tiempo hasta hoy, se sigue buscando en los montes la flor del sol para secarlas y dejarla colgando en las puertas de las casas, y así, protegerlas de los malos espíritus que acechan. La creencia popular decía que las Sorginak (brujas) y las Lamias (mujeres muy hermosas con la parte inferior como la de una gallina, pato o cabra) no podían entrar en las casas hasta haber contado todas las hojas de la planta, pero no eran capaces de hacerlo antes de que amaneciera, teniendo que volver a sus refugios subterráneos. La leyenda cuenta que la mera visión del Eguzkilore en la puerta les hacía creer a muchos seres que era el mismo sol y que ya despuntaba el alba, por lo cual, debían retirarse a sus cuevas sin demora.

El Eguzkilore es la flor del cardo silvestre (Carlina Acaulis), una planta perenne de tallo rígido y reducido hasta unos 20 centímetros de altura. Crece casi pegada al suelo de las laderas soleadas, barbechos y praderas pedregosas de montaña brotando en el centro de la roseta y tiene la característica de que no se marchita, manteniendo siempre su belleza y frescura.

Hasta siempre, buen fin.

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