A la valía y el valor del
Lic. Juan Francisco Ealy Ortiz
Don Jorge Zepeda Patterson, generoso y espléndido como es, usó el verbo admirar, repetido en las primeras líneas del prólogo [de mi próximo libro], tan mágico como místico, llenas de una lección de poesía del periodismo, que raya en esa característica que se suma a su inaudita sencillez. Zepeda Patterson entrega sus palabras para educar, enseñar y enaltecer a un principiante [como yo], que no tiene forma suficiente de agradecerle. Él en su monumental generosidad, en su humildad de maestro por antonomasia, destaca con sus palabras mi obra; cómo no reconocerle su franqueza y sobre todo la amistad sagrada que nos une.
En este libro, mi nueva aventura, en todo caso, obviamente tenía que escribir y describir a Las Doñas, esas, todas, las que inspiran esta entrega con fuerza y pasión. Qué es una doña, ni siquiera es cuestionamiento, la meta consiste en encontrar la respuesta, definir si se puede iluminar a una doña, simple y sencillamente: la bisabuela, la abuela, la madre, la tía, pero también las grandes de la literatura universal, de la justicia, de la diplomacia, que tanto nos enseñaron, nos marcaron y nos sembraron. Las doñas, quizá, me aventuro a decirlo, son “artemisas” que todo lo pueden, que llenan de vida a esos hombres, necios o no, que necesitan de la valentía de la mujer para entender el mundo de una forma más sensible.
Vaya pregunta y respuesta compleja en esta madrugada en la que me enfrento a mis propias cavilaciones, ahora que no duermo por el deseo de tener en mis manos finalmente los ejemplares del libro que he concluido —caso curioso y de confesión— así soy, tengo la urgencia, casi urticaria por llegar a la fecha del 30 de septiembre, cuando ante la torpeza de siempre, [ya adelanté las invitaciones], habré de darle vida frente al público al libro en la Ciudad de México.
Como me ganaron las ansias de que este ejemplar fuera una especie de catarsis de mi formación y mi esencia, mi valor y mi sostén, decidí, como si realmente fuera tan valiente, dedicarlo a las mujeres, a mis mujeres, mis formadoras, a las que me educaron, a las que me hicieron, a las únicas que me pueden decir mi niño, mi bebé o simplemente Carlitos (nunca me gustaron los diminutivos). Algún día me atreveré a hacerlo, escribir con locura, acerca de las mujeres que me amaron y amé de forma pasional, carnal, sobre las que nunca −a ninguna− dejaré de amar, sin dramatismo y menos en búsqueda de futurismo, por lo que me dieron.
El resultado tan inesperado del oasis de un 2020 que a todas y a todos nos convulsionó, terminó para el escribiente con una serie de resultados excepcionales, que no pedí, que no soñé y mucho menos aspiré, que no pude haber vaticinado ni imaginado. Todo tomó forma a través de mi pluma. De esa aventura entre la mano y el papel, entre el recuerdo y la nostalgia, surgió este libro que el próximo 30 de septiembre en mi idolatrada CDMX —en Casa Lamm— tendré la maravillosa oportunidad de presentar, acompañado de varias de mis heroínas y héroes, algunas en el libro y otras en la presencia sublime que implica su extraordinaria asistencia. No caeré en la simpleza de citarles a las mujeres y hombres de las páginas de mi libro. Todas y todos son de una dimensión que, por lo regular, además de subyugarme, constantemente me inhibo al tratar de verbalizar mis sentimientos. Este libro hecho palabra a palabra y desvelo sobre sueños, se nutre de otra raíz, de otra meta quizá, se nutre de cautivar por siempre la memoria del tiempo que he vivido.
La larga espera por mi libro me produce una sensación de ansiedad que me lleva a pensar en una especie de puente generacional con mi pasado y mi futuro, con mis ancestros y mis nietos y posibles bisnietos, con la presencia permanente de quienes me antecedieron y quienes me seguirán, me honrarán y sobre todo aquellos que escarbarán en lo que pudo sembrar mi origen, carne y sangre.
En la nueva entrega titulada Las doñas, algunos dones y otros amores, existe un universo de sensibilidades al que debo agradecer profundamente por su incondicional apoyo, sin el cual este libro no existiría; el gran prólogo del inmenso Jorge Zepeda Patterson; al adorable editor Daniel Martínez y a la poesía de Hugo Alfredo Hinojosa; a Marisela Benavides y Kitzia Enríquez, mis queridas asistentes, y a mi amada adorada madre Consuelo Álvarez de Mora, que enarboló la sección fotográfica. Y concluyo con mi mujer, Carolina García Rodríguez, que una vez más nutrió mi paciencia y esperanza con su invaluable y absoluto amor. Gracias, infinitas gracias a ustedes, a todas y todos ustedes.
Añoranzas:
Qué indescriptible bendición tener la oportunidad en este septiembre de 2021, a unos días de que mi casa editorial EL UNIVERSAL y, sobre todo, la querida familia Ealy, Don Juan Francisco y mi hermano Juan Francisco Jr., aciertan en este impoluto año de onomástico de más de un siglo de vida: 105 años. Más de un centenario de que esta casa editora lleve a cabo la gran tarea de cristalizar el oficio heredado por Johannes Gutenberg, quien ideara la imprenta hacia 1450. Herencia, vale la pena nombrarla, que justifica nuestras razones y pasiones por hacer de la pluma el motivo de la reflexión y la información hacia el mundo en esta tierra nuestra, como escribiría el gran Carlos Fuentes.
Don Juan Francisco y Juan Francisco, qué orgullo, qué monumental honor tener la oportunidad generacional y puntual de acompañar el legado que ustedes enarbolan, subscriben y ejercitan. Vivo con ustedes, al lado de ustedes, por la libertad, su expresión, su publicación y su ejercicio. Los abrazo solidario como apóstoles de este ejemplo legendario, que la historia señalará de forma eterna y magistral umbral para las generaciones del futuro.
Hasta siempre, buen fin.
Vicepresidente de Relaciones Institucionales de Grupo Vidanta.