El filósofo y pensador suizo Pascal Mercier recitó hace poco más de tres décadas, durante una de sus crisis existenciales, que: “Dejamos algo de nosotros mismos cuando dejamos un lugar, nos quedamos ahí, aunque nos vayamos. Y hay cosas en nosotros que sólo podemos encontrar de nuevo volviendo allí”. Esta reflexión la tomo como un principio moral y básico de la identidad local, regional y nacional, que es también cultura, creatividad de diversas generaciones, es producto de siglos de lecciones de vida, talento, productividad, imaginación, organización social y política.
don Jorge Bustamante, Maestro de tantos, eterno migrante.
Tijuana cuenta con una basta riqueza cultural amplia y definida por su relevancia que trasciende el tiempo, que retoma del pasado las raíces que nutren el presente en construcción. Cuando hablamos de identidad pensamos en los pueblos que destacan por su singularidad, por ser suma de signos y contemplamos los logros sociopolíticos que en su diversidad de búsquedas ideológicas surgen para arraigar el sentido de pertenencia. El rostro más expresivo de Tijuana es su inmenso patrimonio cultural y social, la sonrisa de nuestra infancia plasmada en el viento y la arena del mar calmo y frío que en ocasiones olvidamos aunque nos nutre de niebla y esperanza.
Soy orgullosamente tijuanense y como todos los tijuanenses creemos en la cultura del esfuerzo, porque vivimos entre fronteras compartiendo la riqueza y las preocupaciones que enaltecen el sentido de equidad e igualdad. Aquí las clases sociales son paradigmas que se rompen día con día porque somos parte de una misma tierra donde todos podemos sembrar y cosechar por el bien de la comunidad. Tijuana es una de las ciudades de mayor potencial del mundo, que reconoce el papel que debe tener la identidad dentro de un proyecto de desarrollo nacional con aspiración universal.
La voz de los pueblos regionales, según dicen en el centro de la república, clama porque Tijuana y su gente – supuestamente - no tienen cultura e identidad. Gran desacierto no comprender que nuestra identidad es la pluralidad por completo: somos lo mismo gente del desierto, del mar y las fronteras, ciudadanos de un México multilingüe que tiene como base de su fortaleza la hospitalidad franca, abierta y total.
Todos los retos, los obstáculos y desafíos por los que pasa una sociedad como son coyuntura, y justamente por eso no podemos dejar de reconocer en nuestra identidad como tijuanenses una fuente inagotable de esperanza, fortaleza y trabajo, para dar un amplio y generoso horizonte a nuestra ininterrumpida continuidad cultural centenaria. La realidad mundial exige cultivar al capital humano y fomentar la creatividad, la innovación y el emprendimiento. Es nuestro compromiso apoyar a las nuevas generaciones a multiplicar sus oportunidades.
Veamos al futuro de frente, sabiendo quiénes somos, honrando solemnemente a quienes nos legaron este vasto y rico patrimonio identitario arraigado en la arena y el sol que nutre nuestro pasado y presente de lucha continua por el bienestar de nuestra región. Con la solidaridad que de forma permanente nos ha unido frente a los retos, actuemos para hacer de Tijuana el orgullo de las próximas generaciones. Esta ciudad desde la que escribo no es tierra de impunidad sino un punto en la geografía mundial que da luminosidad a quien la tiene, la conoce y la vive.
Que sea nuestra ciudad el significado de revolución, fraternidad y un acto de amor con el que se sella nuestro compromiso como ciudadanos de poner piedra a piedra el presente sobre el que se erigen los sueños de millones de tijuanenses que suman con sus ilusiones a la felicidad de nuestro tiempo y espacio.
Hasta siempre, buen fin.