El torero sigue siendo mítico y, cuando expresa la valentía,

el pueblo se enardece y los viejos entusiasmos reaparecen”

Enrique Tierno Galván

Por la gracia de mi Dios Padre, a punto de cumplir 63 años de vida el próximo abril, puedo afirmar, con el menor orgullo posible, pero con la mayor alegría alcanzable, que algunos de los momentos más emotivos, desde el punto de vista del esparcimiento, los he vivido en una plaza de toros desde que tengo uso de razón.

Particularmente, en los últimos 34 meses, cuando finalmente llegué al cenit de mi existencia, en el que encontré a mi alma gemela, mi idolatrada esposa GEMY, a quien no me cansaré de agradecer por el bendito amor que comparte luminosamente conmigo, con la misma pasión por vivir plenamente cada día, de la manera más feliz posible.

Pues bien, toda esta deslumbrante introducción, desbordada de miel amorosa, tiene que ver con lo que vivimos la semana del tres de febrero, que quedará inscrita para la posteridad taurina del que teclea, sin perjuicio de los más de cien mil asistentes, entusiastas, que disfrutaron de cuatro tardes de toros únicas, irrepetibles, de las que quedan en la memoria colectiva eternamente. Pero vayamos por partes.

En la entrega anterior nos quedamos con la primera columna sobre el maestro Alfonso Enrique Ponce Martínez (ocho de diciembre de 1971, Chiva, Valencia, España), que inició en mayo del recién concluido 2024 su temporada de despedida en su tierra natal para terminar felizmente su retiro definitivo en nuestra bendita patria, precisamente el pasado cinco de febrero, en el marco del 79º aniversario de la monumental plaza de toros más grande del mundo, La México.

Pero, previo a este acontecimiento —el lunes tres de febrero, para ser exactos—, no acabábamos de sentarnos en nuestro palco cuando mi esposa —citada líneas arriba— me recitó de frente: “Amor, nunca he visto el corte de los máximos trofeos en el ruedo” (esto implica las dos orejas y, sobre todo, el rabo del ejemplar como premio a su desempeño, y especialmente el del matador). Solo atiné a confesar: “Mi vida amada, eso depende de muchas circunstancias, factores y situaciones excepcionales, además de la suerte como elemento primordial”.

Sin embargo, la papeleta —vaya, la integración del cartel, y uno en particular, que está hecho un verdadero “figurón”— está pasando por un momento increíble, por lo que se concedió el deseo manifiesto de mi señora, que vio consolidarse al peruano Andrés Roca Rey con un triunfo gigantesco al cortar, esa tarde, las cuatro orejas y un rabo de sus dos toros. ¡Vaya tarde para arrancar la máxima celebración taurina de nuestro país!

Por su parte, el ahora inmortal maestro Don Enrique Ponce, en la realización de su paseíllo número 50 (en la añoranza dejaremos algunos números realmente inalcanzables para quienes gustan de las estadísticas), en el que ya cortó dos rabos —aunque no me lo crean—, casualmente estuvo presente en ambas ocasiones; e, incluidos los apéndices obtenidos del toro de su despedida final, de regalo, alcanzó la cifra de 50 orejas cortadas en La México, probablemente otro récord que habremos de verificar.

Terminamos con la reseña de una cena inolvidable, celebrada en febrero de 2021, cuando fuimos convidados por los dos mejores aficionados taurinos del mundo a brindar con el maestro Ponce en una velada irrepetible e inolvidable para el que teclea: ¡Olé! ¡¡Olé!! y ¡¡¡Olé!!!

Hasta siempre, buen fin.

Añoranza:Me permito obsequiarles algunos números de las infinitas genialidades del incomparable maestro Enrique Ponce:

  • 35 años de vestir el traje de luces.
  • 2,600 corridas de toros.
  • 5,500 toros estoqueados.
  • 55 toros indultados.
  • 45 alternativas concedidas.

Respetuosa aclaración para los puristas taurinos: en las cifras me permití redondear algunos números, rogando su comprensión.

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