“Es difícil vencer a una persona que nunca se rinde” BABE RUTH
Inicio aclarando que no soy Dodger fan. Esta columna la estoy tecleando el 31 de octubre de este culminante 2024 después de ver la Serie Mundial en la que el equipo de béisbol de Los Ángeles arrasó con mi equipo favorito del rey de los deportes, los Yankees de Nueva York, con un triunfo inobjetable y contundente.
Quiero pensar, y desde el primer juego me di cuenta, que a mi entrega anterior, la de la semana pasada, escrita en honor al sonorense Fernando Valenzuela, que recién falleció justo a una semana de la obtención del campeonato, le faltó algo, incluso pensé incluir al final la añoranza con la referencia al acontecimiento histórico, pero francamente me di cuenta de que la Serie me regalaría la oportunidad de enmendar la plana, por ello van estas letras, para honrar nuevamente la memoria del mejor jugador mexicano de béisbol de todos los tiempos.
No es mi intención describir lo que aconteció en los 5 juegos celebrados, de los cuales probablemente ya se apuntó todo lo necesario por los especialistas en la materia. Mi
propósito fundamental tiene que ver con el espíritu de Fernando que pervivió a lo largo de esas 45 entradas y fue una constante presencia en el transcurso de los cinco días, por lo que les comparto, queridas amigas, apreciados amigos, distinguidos lectores e irredentos aficionados, algunas observaciones muy −pero muy− íntimas, por supuesto personales, con mucho cariño y absolutamente conmovido, más allá del resultado final.
La semana pasada les platicaba las nostálgicas experiencias vividas durante la Serie Mundial de 1981 cuando mi Papá nos llevó a ver el tercer encuentro con los mismos protagonistas de este año y donde “el Toro” Valenzuela, en su temporada de novato, se convirtió en el héroe de ese juego y de la franquicia a lo largo de casi una década.
Jamás hubiera imaginado que 43 años después, Fernando aún tendría la capacidad para inspirar al equipo, a sus compañeros que le enaltecieron de manera mística, de forma por demás sensible. Año curioso, porque a lo largo de la campaña recibió varios homenajes de los Dodgers con distintas celebraciones, siendo la más emotiva la colocación de su emblemático número 34 en el cuadro de honor de la terraza principal del Dodger Stadium, apodado Chávez Ravine (mote tomado de las colinas que le rodean) ubicado en el número 1000 de la avenida Vin Scully (legendario cronista del equipo) de Los Ángeles, CA. 90012 en Los Estados Unidos.
Ese día se veía feliz −aunque increíblemente delgado−, generando una serie de apreciaciones filosóficas sobre los deportes, la vida y el futuro, se notaba contento, satisfecho, realizado, pleno, seguramente consciente de que la vela se le estaba apagado.
Desde donde esté, sentado en la eternidad, debe de haber sido muy satisfactorio poder sentir −si es usted creyente como el que teclea− varios conmovedores acontecimientos que se suscitaron previo al primer juego de la serie en el estadio de sus amores. Primero, todos los jugadores del equipo llevaron (y quizá lo hagan el próximo año) su número ya envuelto en la leyenda bordado en el hombro. Segundo, visiblemente en el montículo, de forma por demás señalada, se colocó igualmente el número. Tercero, sus antiguos compañeros Orel Hershiser y Steve Yeager −lanzador y receptor respectivamente− realizaron el lanzamiento de la primera bola, no sin antes colocar una pelota en el montículo junto al número. El cuarto y último estremecedor acto, consistió en el monumental reconocimiento público de los más de 50 mil aficionados que sonora y estruendosamente aplaudieron a toda la familia Valenzuela en la ceremonia encabezada por su esposa e hijos.
Solo deseo terminar e insistir que el espíritu vigente de Fernando Valenzuela fue un referente estatutario a lo largo de todos los partidos y motivos sinceros para su mayor recordación y gloria, como mi amada GEMY, que me acompañó emocionada frente al televisor, en estos días que recordaremos eternamente.
Hasta siempre, buen fin.