Mi profundo e infinito amor por la cultura y las bellas artes está ligado a mi escaso que no nulo conocimiento al respecto. Por mi sangre siempre ha corrido la música, la disfruto y la vivo nota a nota, fue lo primero que me atrajo hace exactamente 55 años que, por cierto, se cumplen el próximo 10 de mayo. En ese tiempo mi papá le regalo a mi madre un piano que aún existe y que estuvo silencioso en la sala de la casa durante semanas, hasta que me atreví a sentarme a tocar sus teclas con apenas cinco años de edad. De manera increíble e inesperada pude tocar “Los changuitos”. Aún siento las teclas bajo mis dedos, el sonido. Por supuesto, no soy un pianista, pero con los años aprendí de oído y memoria, aunque nunca pude por nota a pesar de los cuatro maestros que tuve, algunas piezas básicas que eventualmente mal toco en las veladas bohemias. La música abrevia las emociones.

Con sentido orgullo y mayor admiración
para don Pedro Ochoa Palacio y don
David Saul Guakil


 

Mi segundo gran cercamiento con el arte fue a través de la lectura, desde la primaria. En mis manos, frente a mis ojos y en mi imaginación tuve a “El principito”, “Pedro Páramo” y “El llano en llamas”, me fascinaban. Sin embargo, fue en la secundaria cuando descubrí en la biblioteca familiar, colmada de libros de hipnosis, esoterismo, magia y ese largo etcétera de las lecturas favoritas de mi papá, un libro titulado “Los hijos de Sánchez” que, inicialmente pensé que era una novela, y que a la postre entendí que era un ensayo del genial Oscar Lewis. En seguida llegó a mis manos el inmortal Luis Spota con “Palabras Mayores”, después leí “El padrino” del inolvidable Mario Puzo, todo esto antes de cumplir 15 años. Devoré todo lo publicado por Spota, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Morris West, Harold Robbins, Nicolás Maquiavelo, Stephen Swain, Rosario Castellanos, Virginia Woolf, Carlos Fuentes, Vicente Leñero, Julio Scherer, Héctor Aguilar Camín, Jorge Zepeda Patterson y Paul Auster, por citar algunos de mis autores favoritos, sin descartar toda la bibliografía taurina posible.

El tercer acercamiento fue por medio del bel canto. Inesperadamente me gustó la ópera antes de cumplir la primera década de vida y fue por algo muy sencillo. En la casa familiar, por cierto, con un nuevo piano blanco de media cola, precioso, que también a la fecha perdura como herencia de mi Granma Consuelo, se organizaban sendas tertulias operísticas que me encantaban. Las dirigía y organizaba mi tío don Gerardo Mora Quiñónez, extraordinario cantante de ópera, que invitaba a los mejores artistas de la región Tijuana y San Diego, dando vida a inolvidables jornadas musicales que hacen eco en mi infancia y vida.

El teatro, la poesía, la danza, la escultura y la pintura me cautivaron siendo un adulto. Primero fue el teatro visto en el Centro Cultural Tijuana CECUT, cuando vi por primera vez una obra, que a la postre pude disfrutar en tres ocasiones irrepetibles. Vi “El violinista en el tejado”, la primera vez protagonizada por Manolo Fábregas a finales de los setentas; la segunda a principios de siglo en Nueva York con Alfred Molina; y la tercera en la Ciudad de México con Pedro Armendáriz interpretando al legendario Tevye.

Para la poesía soy realmente muy básico. Me gusta desde luego Jaime Sabines el primero, Mario Benedetti, Octavio Paz, Rubén Darío, Amado Nervo, Federico García Lorca, Antonio Machado, José Martí, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, la propia Rosario Castellanos y Jorge Luis Borges, no presumo más. Mi gusto por la danza fue peculiar desde que mi amada hermana Consuelo Celeste tomó sus primeras lecciones de Ballet. No me perdía ninguna clase, me envolvía una sensación muy particular ver aquellas nacientes artistas con una gracia sin igual, que despertaban una gran emoción en mí. Con el tiempo la vida me regaló una bella amistad con tres grandes y bellas bailarinas. Reservo sus nombres para mi corazón. Jamás olvidaré la puesta en escena de “El lago de los cisnes”, que disfruté como pocas tardes de mi vida en El Metropolitan Opera House de Nueva York, en medio de lágrimas. Otras grandes puestas que me han dejado marcado son: “La traviata” en la Ópera House de Sídney; “El flautista de Hamelin” en el Teatro Nacional de Austria en Viena; y la inigualable obra de “Morfeo” en el espléndido Teatro de La Scala en Milán. En cuanto a la escultura sólo diré que no la entendí plenamente hasta que descubrí las obras de Miguel Ángel, particularmente su “David” y “La piedad", respectivamente en Florencia y El Vaticano.

Hace algunas semanas, publiqué en este espacio una columna sobre el mágico Salvador Dalí, que inesperadamente desató un enriquecedor debate entre algunos generosos lectores, cuando lo califiqué como el mejor surrealista del mundo y su historia; insistiendo en mi limitado conocimiento sobre el tema, precisamente la pintura, pero que me permite adentrarme al título de esta entrega: “Dos Galerías”.

En esta ocasión, queridos lectores les ruego que me perdonen, queridas amigas, porque será en la siguiente publicación cuando me explaye, puesto que está ya se alargó de más y quiero que la disfruten tanto como yo al escribirla. Lo único que deseo adelantarles es que se tratará de los últimos grandes esfuerzos de dos extraordinarios tijuanenses, que tanto aman a nuestra bendita tierra: mi gran amigo don David Saul Guakil y mi querido compadre, don Pedro Ochoa Palacio.

Respecto al arte les dejo esta cita de Morris West: “Si te pasas la vida esperando la tormenta, nunca disfrutarás del sol”… si se pasan la vida eliminando de sus días la gran riqueza de la imaginación, el sol nunca saldrá en sus días y serán flores marchitas… piénsenlo…el arte es de todos, ni tampoco se pierde el tiempo admirando la belleza que surge de la humanidad.

Hasta siempre, buen fin.

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