Yo no quiero elogiarte como acostumbran los arrepentidos, / porque te quise a tu hora, en el lugar preciso, / y harto sé lo que fuiste, (…) / pero me he puesto a llorar como una niña porque te moriste. Estas palabras son del viejo poeta Jaime Sabines a su tía Chofi, versos que tomo prestados para recordarte hoy a mi manera, adorada tía Soco. Te pienso con el corazón en la mano y la mirada fija en los recuerdos de tus sonrisas. Hago oído hasta la fecha de tus consejos, duele no escuchar más el eco de tu bella voz.

A la memoria de mi carnal, don Gerardo Mora Quiñónez,
que en el cielo espera la llegada de mi tía Soco.
Cuanta espléndida gracia para mi abuela Tavo,
santa madre de ambos…. de todos.


 

Hace unos días regresó a su lugar de origen doña Genoveva del Socorro Mora Quiñónez de Bustamante [hermoso nombre que me encantaba, tía, aunque nunca te gustó mucho]. El “de” lo destaco porque ella lo sumaba orgullosa a su nombre, honraba a su manera el infinito amor y la unión que sentía hacia su marido don Luis Manuel Bustamante Fernández; era una mujer que cuidaba las formas, que tenía enorme clase y lucía con elegancia el nombre familiar. Para quienes fuimos tocados por su gracia siempre fue y siempre será la tía Soco, mi tía Soco, al mismo nivel simbólico de la tía Chofi del inmortal Sabines. Fue una mujer de una elocuencia singular, de una grandeza generosa que inspiraba a todos los que tenían la oportunidad de compartir el pan y la sal con ella, de compartir también una ruta de vida:

Tía Soco fuiste un ángel que ha regresado a su lugar de origen y destino, ese reino pródigo donde moran los ángeles que nos cuidan desde las alturas. Tú

misma un ángel, tía, que bendijiste a cada uno de nosotros, de la gente toda, a quienes nos regalaste sólo amor, un amor profundo que trascendía la sangre. Te amamos y nos amaste. Representabas la esencia del cariño ciego hacia los demás. ¿Cómo olvidar tus manos cuando acariciabas nuestros rostros y tus dedos se perdían en nuestros cabellos de la infancia?

En la antigua casa de mis padres, tía, en la recámara de mis hermanas Celeste y Karina, aún descansa la Virgen de Fátima que las ha protegido a lo largo de su vida; esa es la más viva imagen de ti, hermosa Soco. Una virgen madre protectora que extendió su manto más allá de su familia. Para mí eres una santa indescriptible que cuidó a sus seres queridos por encima de cualquier dificultad. Lo mismo amaste a los buenos y a los no tan buenos, a los poco afortunados; a quienes lo merecían y a quienes no lo merecían también. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que el amor que nos diste era semejante al que recibí de mi madre y abuelas. Un amor absoluto y entregado, valga decirlo: eterno. Lo más sagrado que tengo es mi madre, tía Soco, siempre lo supiste y al igual que ella siempre estuviste ahí con tus palabras generosas al igual que una hermana mayor, lo mismo que una madre que endereza la ruta del hijo con tan sólo lanzarle una mirada amorosa.

Mario Puzo solía escribir que la vida era tan dura que los padrinos se inventaron como una forma de ayudarles a los padres para apoyar en la educación de los hijos, contigo me fue suficiente tía Soco. Parafraseando las palabras del gran José Alfredo Jiménez, nos dejaste tantas lecciones, tantas guías, veladas, parrandas, cuidados, ilusiones, ilustraciones, tantas luces dejaste encendidas que no sé cómo voy apagarlas.

Adiós, incomparable tía Soco…

A mi tío querido don Luis Bustamante Fernández, marido de mi tía y primo hermano de mi madre, a quien le debo homenaje en otra columna; fue también el hermano mayor que la vida me regaló. La mezcla de sangre entre Soco y Luis fue tan maravillosa, y aquí aseguro que tan envidiable, que Gabriel García Márquez habría sumado a sus Cien años de soledad la vida de ambos. Luis y Soco, Soco y Luis, como los llama mi dulce Madre, nacieron para amarse hasta la eternidad. Los frutos del frondoso árbol familiar que fueron Luis y Soco llevan por nombre: Liliana, Luis, Héctor, Carlos y Mauricio que son mis cómplices en las alegrías y en el dolor, en los triunfos y las derrotas, en las metas presentes y futuras. Para ustedes mi corazón y el amor profundo de un hermano más que extraña a una mujer bendita, los abrazo fuerte y solidariamente primos.

Como me duele la partida de doña Socorro Mora, la inigualable madre, la entregada esposa, la cariñosa abuela, hermana ejemplar y tía inmejorable. Su presencia sólo se equipara al de un personaje bíblico, de ese tamaño es su legado. Así la recordaremos y amaremos hasta la posteridad. Sus palabras son versículos que a lo largo de los años su extirpe escuchará con cuidado y conocerá su casta. Inolvidable tía, para terminar cierro con el mágico Sabines: “Exijo a los ángeles te tomen y te conduzcan a la morada de los limpios”.

Hasta siempre, buen fin.

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