El gran novelista Inglés, Julian Barnes, escribió un mítico relato llamado Una breve historia de la peluquería, obra a manera de revelación que narra con ritmo azorado la vida y el paso del tiempo de los hombres que visitan, a lo largo de los años, la peluquería de un pueblo de la campiña inglesa. La obra cuenta la transformación de los hombres, la llegada de la vejez y las diatribas cotidianas acerca de la muerte que a todos nos atañe. Barnes nos descubre que la peluquería es un confesionario mundano donde se refugian quienes necesitan el consejo de los hombres por encima de los Salmos de Dios. En una peluquería se aprende de todo, hasta los más profundos secretos de la naturaleza humana.

Por las manos y tijeras de don Víctor Barrios Romero han pasado las cabezas más nobles y antiguas de la ciudad de Tijuana. Su oficio y tarea sigue tan vigente como cuando inició su reconocida labor de peluquero-estilista hace más de medio siglo. Los japoneses, pienso, son un pueblo que nos ha enseñado que la perfección provoca un gozo profundo, que se puede alcanzar cuando se practica cualquier oficio con dignidad, entrega y constancia, y don Víctor pertenece a esa tradición de perfeccionismo y honorabilidad.

Don Víctor nació en la Ciudad de México en 1936 y arribó a nuestra tierra tijuanense a finales de los años 60. Estableció sus reales en el antiguo Hotel Palacio Azteca, fundado como el mejor de su época por el añorado amigo don Mauro Chávez Cobos, de quien platicaremos en una próxima entrega. En ese legendario hotel, don Víctor, inició a su cátedra como maestro del corte de cabello y delineación de barba.

Desde ese local generó las primeras muestras de su capacidad sin igual, maestro que construyó gracias a su sapiencia las amistades y clientela que lo han seguido por generaciones en los distintos establecimientos, donde entona su capacidad al peinar los cabellos de los galanes del momento… y con tono jocoso, estimado lector, confieso que me incluyo entre los caballeros de fina estampa que han pasado por la silla del maestro. Él trajo consigo las técnicas que aún prevalecen y tanto enseñaron a las nuevas barberías que hoy proliferan por la ciudad, que en ocasiones pretenden encontrar el hilo negro del oficio.

Don Julio Scherer García, el magnífico periodista y maestro que fundó la revista Proceso, nos adoctrinaba con una frase que hoy recuerdo así: “Quien te atiende con sus manos, merece un especial agradecimiento, así me lo enseñó mi Madre”. Y es todo mi agradecimiento para don Víctor a quien le reconozco su talento fino y entramado, un orfebre en todo caso, que toma la navaja y esculpe el rostro, mi rostro, en cada visita semanal que le hago. Para él todo mi cariño y simpatía.

Recuerdo que, para mi cumpleaños 50, mi mujer me regaló –entre una infinidad de bellos obsequios– la última versión del Diccionario del Uso del Español de María Moliner, en el que vienen clara y sencillamente explicadas las actividades de don Víctor que, dicho sea de paso, no requieren mayor definición, pero se me antoja ponerlas, y lo expreso con el mayor de los respetos:

ESTILISTA: (de estilo) 1n. Escritor que se distingue por la elegancia y pulcritud de su lenguaje. 2n. Puede usarse también referido a otras manifestaciones artísticas. 3n. Persona que cuida el estilo e imagen de una revista, espectáculo, etc. 4n. Peluquero innovador.

Y sobre este mismo tenor:

PELUQUERO: 1n. Persona que se dedica a cortar el pelo, peinar, ondular, etc. 2n. Los hombres afeitan también.

La gracia y virtudes de don Víctor no sólo estriban en la parte artística o de imagen señaladas en las líneas anteriores. Por el contrario, eso sería definirlo de manera muy sencilla.

La calidad y clase de su trabajo está en lo que no se nota, en lo que no se ve. Llegar a su santuario, donde reina mi entrañable amiga doña Mari Gómez, la dueña y señora, es como adentrarse en un limbo de relajación, camaradería y amor. Ese par de horas que vivo en ese oasis en medio de la cotidianidad semanal, se torna en un remanso de tranquilidad y paz. En “la Estética Plaza Boulevard” anida el artista que tiene en la calidez humana su más grande virtud.

Los viejos e infinitos chistes de don Víctor, las mismas anécdotas y las sabrosas exageraciones van sonoramente acompañadas de una carcajada sin límite. Ese seguramente pudiera ser su mayor don: su alegría permanente y su desbordante felicidad. Pero ahí no terminan los dones de don Víctor: es además de todo un verdadero artesano de cualquier aparato eléctrico, y hace las delicias del visitante al desarmarlos frente a ellos para quienes declara que: algún día habrá de arreglar cada uno de esos aparatos que tienen circuitos por cabellos.

El artesano está casado felizmente con doña María Elena González, mujer que le dio a sus tres herederos llamados José Luis, Mario y Gloria que han contribuido a engrandecer el apellido con siete amados nietos. Diariamente, semana a semana y año tras año mi estimado amigo don Víctor Barrios Romero recibe sobre las tablas de su escenario a los hombres que llevan los ilustres apellidos de la ciudad de Tijuana como: Treviño Arredondo, Hauter Salazar, Corona Flores, De La Madrid Romandía, Baylón Chacón, Fimbres Moreno y un largo etcétera. Ahí está él, ahí sigue y ahí seguirá enalteciendo el noble oficio que ejerce contento, a punto del retiro a sus más de 85 años, satisfecho y pleno para beneplácito de los que aún, como el escribiente, nos queda algo de cabello.

Hay una anécdota, que retomo de Bernardo Marín, que bien vale la pena contar por la relevancia de los protagonistas en la historia literaria mexicana. Hace varias décadas, el poeta Antonio Deltoro buscó a Octavio Paz para agradecerle la publicación de uno de sus libros en la editorial de la revista Vuelta. Paz, hábil lector, que disfrutaba cuestionar a sus interlocutores, comenzó a hablar de ciertos temas que sólo eran relevantes en las publicaciones rosas de la farándula. Deltoro asombrado pregunta: ¿Pero usted lee eso? A lo que el Premio Nobel contesta: “por supuesto, en la peluquería, en la peluquería”.

Hasta siempre, buen fin,

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