“A ese saber vivir, o arte de vivir, si prefieres, es a lo que llaman ética". FERNANDO SAVATER
“A veces uno sabe de qué lado estar, simplemente viendo quiénes están del otro lado". LEONARD COHEN
"Nadie tiene derecho a condenar mi alma porque me gusten los toros". FERNANDO SAVATER
Me costó mucho trabajo tomar la decisión cuando mi editor —el dramaturgo, escritor, filósofo y compadre, maestro Hugo Alfredo Hinojosa— me insistió, durante más de un año, en que tenía que publicar un libro sobre la tauromaquia.
Es mi máxima pasión de esparcimiento, de satisfacción por el arte y la cultura, desde que tengo uso de razón. La he disfrutado durante más de seis décadas, como lo constata el cartel de la primera corrida a la que asistí, el 16 de febrero de 1964, a punto de cumplir dos años de vida, en la Plaza de Toros Monumental de Playas de Tijuana, en nuestro rincón de la patria.
Un cartel irrepetible, con las máximas figuras de la época: Alfredo Leal, Jaime Bravo y Manuel Benítez “El Cordobés” —aún vigente, a sus casi 90 años de vida. Los dos primeros espadas, ya al lado de mi Dios Padre.
Evidentemente no recuerdo absolutamente nada —repito, tenía escasos 22 meses de nacido, realmente es imposible que mi memoria alcance—, pero lo que jamás olvidaré sucedió el 27 de abril de 1970 (por cierto, día de mi cumpleaños). Era la inauguración de la temporada en la otra plaza de mi bendita tierra, la del bulevar, llamada simplemente “El Toreo”, donde alguna vez —por allá de los años cuarenta del siglo pasado— hizo el paseíllo el Califa de Córdoba, Manuel Rodríguez “Manolete”. Aquel día asistieron las más grandes estrellas del universo hollywoodense. Me lo acaba de confirmar mi suegro, don Valeriano Martínez Loperena —padre de mi amada GEMY—, quien estuvo presente junto a su propio padre, el abuelo de mi esposa.
Regresando a 1970, el cartel de esa primera corrida de la temporada estaba compuesto por dos nacientes figuras: el maestro Eloy Cavazos, a quien acabo de abrazar en Madrid, y el maestro Antonio Lomelí (ambos saldrían por la puerta grande de “Las Ventas” madrileñas al año siguiente, al igual que Curro Rivera. ¡Qué épocas!). Cerraba la terna quien a la postre sería un gran empresario de “La México” —ya lo detallaremos más adelante—, de nombre Curro Leal, sin parentesco alguno con Alfredo Leal, citado líneas arriba.
La razón que me perturbaba y me obligaba a negarme a escribir sobre el tema taurino —le insistía a mi editor— era la poca objetividad que conservo, o, mejor dicho, que pierdo absolutamente, cuando abordo el tema que tanto me apasiona. Finalmente, no hay nada más subjetivo que asistir a una corrida: cada aficionado, dama o caballero, tiene su personalísima apreciación. Es algo muy íntimo, emotivo, subliminal… y quien no lo atienda o no lo entienda no merece tener opinión sobre quien se juega la vida: ambos, el toro —en primer lugar— y el torero. Sobre todo, si no sabe, no conoce o no entiende “de qué va la cosa”, como dice el genial escritor español don Arturo Pérez-Reverte.
Sin embargo, cuando vi —y sentí en carne propia— los embates en contra de lo que tanto y tantos amamos, no me pude resistir. Le marqué a mi editor y le dije —como me dijo mi amada Soberana cuando le propuse matrimonio—, dramáticamente, con un tan inolvidable como ilustrador: ¡VA! Y así fue.
Nos dimos a la tarea —esto sucedió a inicios de 2023— de convocar, para su generosa participación, a una serie de personalidades amantes de la fiesta, y el resultado fue místicamente fosforescente. En febrero de 2024, ya teníamos en nuestras manos el bello ejemplar que siguió una ruta de presentaciones inimaginable, por la gran categoría de los generosos y espléndidos integrantes en las distintas participaciones, así como por las sedes mágicas donde logramos presentar, de manera conjunta, nuestro canto a la libertad, al respeto y al máximo derecho de acceso a la cultura, la tolerancia y la igualdad.
Ya se enterarán en la siguiente entrega, queridas amigas, apreciados amigos, distinguidos lectores, irredentos aficionados, porque estas líneas ya se alargaron de más… por la grandiosa emoción. Por supuesto que continuará.
Hasta siempre, buen fin.