El ejercicio de la escritura, lo digo sin aspavientos, me genera una inmensa inquietud por revisar, sin miramientos, la historia de mi vida, de mi familia y, por supuesto, de mi pasado y presente. Aventura sin tregua que me lleva a guardar silencio por instantes, a gritar en otros momentos de forma exacerbada las historias de mi vida laboral. Confesiones prematuras que sumaré a mis memorias y, por lo pronto, deberán aguardar, aunque la pluma vibre impaciente. Soy un hombre de carne y hueso, fraguado gracias al amor de mis padres, pero sobre todo a sus enseñanzas que, como empresario, tuvieron a bien colmarme de consejos invaluables. “El comercio modifica el destino y el ingenio de las naciones”, solía decir el inglés Thomas Grey, lo creo y, sin embargo, perdónenme queridos amigos, hay empresarios con visión limitada que han olvidado a su nación y no están a la altura de la transformación que se ha iniciado y que afortunadamente esta en plena construcción y aplicación.
Otro de los grandes ingleses, Jeffrey Archer, solía decir que no le gustaban las frases hechas o los refranes, lo señala puntualmente en su gran obra conocida como La carrera hacia el poder; lo entiendo porque, sin ser Cervantes, sé que empuñar la pluma para evitar el “lugar común” es una empresa colosal y trampa de la que pocas veces se escapa. Sin embargo, hoy, aquí entre la oscuridad de la noche, lo confieso: deberé utilizar con honrosa puntualidad un par de “frases hechas”. Éstas, describen sin más lo que pienso acerca del sector empresarial y, sobre todo, de las mujeres y hombres que dan rostro a las industrias y comercios del país. Me
interesa pues, disculpen los preámbulos, explicar el momento que se vive en la iniciativa privada del país, enmarcada en las cámaras empresariales de México.
Simplemente, pues, soplan vientos de cambios para las cámaras, así de sencillo, así de puntual, lo dije: “tres frases hechas”. Nací en el entorno profesional empresarial y, a lo largo de más de cuatro décadas, he tenido el privilegio de conocer a los mejores maestros que formaron la representación gremial del Consejo Coordinador Empresarial CCE desde su fundación en 1976, un año de cambio, de nacimiento de un nuevo sexenio que escribiría un capítulo excepcional en la historia de nuestro país. En aquellos años, entre las grandes instituciones que formaban la columna vertebral del CCE estaban la CONCANACO y la CONCAMIN, fundadas más de medio siglo antes por aquellos grandes hombres, de entrega y respeto, nacidos en los albores del siglo XX.
En aquellos días merece la pena destacarlo, la clase empresarial apenas se reponía de la inesperada desaparición de Don Eugenio Garza Sada, de quien algún día espero tener el suficiente nivel, para escribir acerca de su vida con el respeto que me merece. Garza Sada fue el pionero del México contemporáneo que aún disfrutamos. Mencionar su nombre es muestra de que los grandes hombres, como él, perduran en la memoria histórica de nuestro país, por encima de las limitaciones ideologías que le arrebataron la vida.
A principios de este siglo fui invitado, inesperadamente, y aseguro que de forma quizá inmerecida, a encabezar la Dirección General de la CONCANACO. En un principio, me cuestioné si tenían la capacidad y la suficiente entereza para tomar las riendas de tan honorable encomienda. En ese tiempo, la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo (CONCANACO - SERVYTUR), vivía un momento de gran incertidumbre que me cuesta trabajo incluso enumerar a la ligera: 1) había sido expulsada del CCE a nivel nacional; 2) pesaban sobre ellas sendas demandas de la recién creada Secretaría de Economía
de la Federación; 3) las principales cámaras de comercio de la Ciudad de México, Puebla, Guadalajara y Monterrey exigían su salida del organismo; 4) por si no fuera poco, existía una deuda que superaba los 20 millones de pesos que, a la postre, superó los 30 millones.
Así de interesante y complejo era aquel escenario al que arribamos los nuevos consejeros y directivos, hace más de 20 años. No obstante, gracias al apoyo de todos aquellos ejemplares seres humanos, fervientes creyentes en la institución de la que formábamos parte, apenas seis meses más tarde y a través, de una estrategia que lo mismo reformuló sesiones de trabajo que acuerdos sin precedentes, CONCANACO logró recuperar la totalidad de los espacios perdidos. Siento francamente que también recuperó su añeja y tradicional grandeza.
A la fecha, la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo, está conformada por más de 250 cámaras a lo largo y ancho de nuestra bendita tierra, como solía decir alguno de nuestros importantes forjadores: al lado de cada catedral de las principales ciudades de la patria, se encuentra una oficina de la Canaco local, sin duda es así, y cuenta hasta el día de hoy con casi 700 mil afiliados.
Hace poco más de un siglo, en 1917, casi al finalizar la Revolución Mexicana, se fundaron la CONCANACO y la CONCAMIN. Fueron las instituciones que le dieron sentido al resurgir de la patria y que formaron parte de las agrupaciones industriales y comerciales que le otorgaron rumbo y futuro al Milagro mexicano a partir de los años 40. Por otra parte, mi relación con la Cámara Nacional de la Industria de Transformación (CANACINTRA), parte fundamental de la CONCAMIN, que dicho sea de paso es mi Alma Mater, es aún más antigua. Esta participación nace, estoy seguro, gracias a mi adorado padre, orgulloso y exitoso industrial, decano de los fabricantes de muebles, puertas y artículos de madera en Tijuana, Baja California. En esa ciudad fronteriza tiene aún su negocio, su planta, su fábrica matriz, a la que acude puntualmente todos los días, desde hace más de 60 años. De su esfuerzo, sudor y sueños, sacó la fuerza suficiente para alimentarnos, educarnos; salvaguardó no sólo a su familia sino también a sus socios y aliados, es sínodo de varias generaciones de artistas y ebanistas.
Las obras que desde la fábrica de mi padre se generan, prevalecen en los hogares más añejos y de profundo abolengo en Baja California y también en la Alta California. Su trabajo es ornato e historia de las grandes mansiones de Los Ángeles y de Beverly Hills. Su labor, además, secundado por los artistas graduados de sus talleres forman parte también de la historia de Hollywood de la segunda mitad del siglo XX.
Provengo y soy un heredero de la CANACINTRA, CONCAMIN y CONCANACO. Ahí aprendí las primeras lecciones del sector industrial y comercial, desde los años ochenta. Fui secretario general de la cámara, con apenas veintitantos años de edad. Formé parte de todos los cargos directivos durante más de dos décadas, desentrañando la ruta descomunal y aleccionadora del intrincado camino hacia las ligas mayores del empresariado mexicano, colmado de experiencias, lecciones inolvidables de vida y conocimiento fecundo. Soy un hombre que, de la generosidad, de mis maestros he aprendido, y de la grandeza de mi padre y muchos grandes líderes del sector me he nutrido para ser un servidor que ama a su patria y desea que el futuro empresarial de México sea el mejor ejemplo para las generaciones del futuro.
Hasta siempre, buen fin.