La familia es una institución social, no la única. La integración de la misma, que ha variado sustancialmente en el último medio siglo, es la fortaleza de la acción comunitaria y es el espacio para superar el individualismo hedonista que impera en nuestra época. La familia es la antítesis del consumismo materialista, la síntesis de la solidaridad humana y la creadora de relaciones que facilitan la comprensión y aceptación del otro. Frente a la adversidad económica y las calamidades sanitarias, el seno familiar es aliciente y refugio, pero su fortalecimiento no es suficiente para la superación de las crisis de gran magnitud. La familia no puede sustituir a la escuela, ni al hospital, ni a la guardería o estancia infantil.

Las instituciones son, según Geoffrey M. Hodgson, “sistemas de reglas sociales establecidas o inmersas que estructuran las interacciones sociales” y otorgan un equilibrio a la expresión de intereses individuales y colectivos, que suelen ser contradictorios, y facilitan la consecución de fines comunes en una sociedad nacional o globalizada.

Las instituciones son redes de índole político, económico, jurídico, cultural, religioso e incluso deportivo que el poder del Estado utiliza para el impulso de programas de gobierno y políticas públicas. La familia sólo es una de ellas. Una fuerte vida institucional facilita la gestión de lo público, aprovecha mejor el entusiasmo de las personas y focaliza la acción colectiva.

El discurso disruptivo desde el poder político afecta a las instituciones y disminuye la gobernabilidad. En eso hay que reconocer la consistencia del discurso de AMLO, que desde su mítica frase, “al diablo las instituciones” hasta sus acciones en el gobierno, ha demostrado que lo suyo es la confrontación, el activismo permanente y la destrucción de instituciones que con tanto esfuerzo hemos construido los mexicanos.

Nuestras instituciones, seguramente, no son las mejores del mundo, ni son perfectas. Tienen defectos y rezagos, algunas no son progresistas y otras no son democráticas y falta mucho por corregir y avanzar, pero son un sustento, una base para cualquier cambio. Estas son las que tenemos y con ellas debemos enfrentar las adversidades y tratar de dirimir nuestras diferencias en paz y armonía.

Todo cambio -radical o superficial- necesita de un tejido social que lo sostenga y este está constituido por las instituciones como: las administraciones públicas federal y estatales, los jueces, el ejército y la marina, las policías, los científicos, las organizaciones sindicales, empresariales y de trabajadores, las cámaras, colegios y gremios, los medios de comunicación, los partidos políticos, la oposición al gobierno, las congregaciones religiosas, las federaciones deportivas y un largo etcétera.

Si todas estas instituciones han sido objeto de regaños, descalificaciones, ataques, ofensas, desaires y persecuciones mediáticas, así como han sido calificadas de fifís, conservadoras, adversarias y enemigas del pueblo bueno y sabio a través de su oráculo del Palacio Nacional en las mañaneras, entonces, no extraña que en un momento en que se requiere de la unidad para enfrentar una calamidad como la pandemia del COVID-19 la presidencia pierda capacidad de convocatoria.

Aún más cuando la invitación a la unidad está acompañada de una ofensa “AMLO llama a los conservadores a la unidad y les pide que le bajen una rayita” (El Universal, 01-04-20). Primero, a los convocados los pone en el lado equivocado de la historia y después los culpa de los errores de comunicación social del gobierno.

“Jodidos los más vulnerables” (foto Milenio, 01-04-20) se lee en una pancarta frente al Palacio Nacional sostenida por un organillero (uno de los representantes más puros de la economía informal) que protesta por la situación de desamparo y abandono que padecen. Estos grupos son los que más sufren que las instituciones se debiliten por el discurso y las acciones presidenciales.

Las crisis sanitarias y económicas estallan en un momento de debilidad institucional del país. La propuesta gubernamental de destruirlas para reedificarlas empezando de cero, todo nuevo porque todo lo anterior era corrupto, no ha funcionado.

Hoy, la administración pública federal está llena de novatos, resentidos con los gobiernos anteriores o desmotivados por la baja de sueldos y cancelación de prestaciones producto de una austeridad republicana mal concebida y peor ejecutada. El sistema centralizador de salud (INSABI) no tiene reglas de operación claras, no hay nuevas estructuras de mando consolidadas para enfrentar un riesgo sanitario sin precedentes.

¿Para qué sirven las instituciones? Estamos a punto de conocerlo en las crisis. Esperemos que estas funcionen y ayuden a superar estos momentos de adversidad.

Señor Presidente, la familia siempre será importante, un aliciente y un refugio, pero no más. Hay que apoyarse en las instituciones. Sepa usted, que no se puede gobernar sólo con sus subordinados y sus aliados de ocasión, menos aún es tiempos de crisis.

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