Estos días vivo en un déjà vu permanente, cuando escucho las estridencias del presidente de los Estados Unidos y su necesidad de ser noticia todos los días con sus declaraciones en las redes sociales. La sensación de que un momento se está repitiendo suele tener una duración de 10 a 15 segundos, pero esta angustia de que el pasado es presente es permanente. La única diferencia son sus dimensiones y consecuencias.
Trump anuncia que impondrá aranceles unilateralmente al mundo con argumentaciones que torturan la más básica razonabilidad económica o “invita” a renunciar a los servidores públicos de carrera porque, en su estilo de gobernar, son un estorbo para su proyecto personal. Con esto, el personaje remasterizado genera zozobra y todos los días se espera que publique alguna ocurrencia en sus redes sociales, lo que me recuerda las mil 423 mañaneras del expresidente López Obrador.
Los estadounidenses viven la intranquilidad que provoca un gobernante que sólo le importa su popularidad y su legado histórico. Por eso, los diagnósticos presidenciales son sesgados y sus instrucciones son anti institucionales, aderezadas con descalificaciones, agresiones a los medios de comunicación y amenazas a los opositores. Los mexicanos ya lo vivimos un sexenio y sobrevivimos, a pesar de que cuando concluyó había índices que reflejaban una mayor inseguridad, percepción de la corrupción y endeudamiento público.
Hoy llama la atención que el secretario Ebrard conmine a Trump a la reflexión y a que evite darse un tiro en el pie con la imposición de aranceles. ¿Dónde estaba el entonces secretario de relaciones exteriores cuando en las habitaciones privadas de Palacio Nacional se redactaba y enviaba una carta retadora a la Corona Española, sin la revisión de la cancillería? ¿Qué obtuvo el país con la exigencia de disculpas por la conquista de México? Los disparates no distinguen fronteras. ¿Cuál es la diferencia entre el ataque a Loret de Mola y la expulsión de la Prensa Asociada (AP) de las conferencias de prensa de la Casa Blanca?
En un ensayito publicado por el Instituto Electoral y de Participación Ciudadana de Jalisco, Silva-Herzog Márquez, se pregunta ¿cómo recuperamos la política? con base en una reflexión sobre la fábula de los trogloditas, que es un pueblo que decide aniquilar a sus magistrados y adoptar la anarquía como forma de gobierno (prohibido, prohibir), en el que nadie tiene el mando y todos sólo ven por sus intereses individuales. La política perdida con la versión 2.0 de Trump es la que busca espacio de diálogo e intereses comunes, pero no toda la política es consenso.
La corrección política también puede ser una forma de olvidar la política, soslayar las diferencias para preservarlas y ocultar los conflictos debajo de la alfombra. Trump y López Obrador representan a los olvidados del “establishment” y expresan el hartazgo por los gobernantes acomodaticios y aprovecharon la utopía de la “antipolítica” para acceder, conservar y, en su caso, recuperar el poder.
¿Qué política debemos recuperar? ¿Aquella que simula la búsqueda del bien común en medio de profundas desigualdades sociales? ¿Aquella que pretende conciliar todos los intereses, pero que sabe que los recursos no son suficientes para satisfacer a todos y calla cínicamente para evitar el conflicto? ¿Aquélla que finge triunfos cuando hay derrota y sumisión? Como aquella del encogido primer ministro inglés Chamberlain que con su frío discurso diplomático abrió las puertas de Europa a Hitler.
La política tiene muchas manifestaciones y, en ocasiones, la polarización es la única forma de expresarse, cuando los ciudadanos sienten que se ahogan en un discurso hueco y sin sentido para sus vidas. La política del diálogo pierde sentido en sociedades agraviadas por una clase dirigente dúctil y corrupta, que sólo
muestra su preocupación por el bienestar colectivo en épocas electorales. En estas condiciones, es difícil culpar a los trogloditas por deshacerse de los magistrados que los gobernaban.
¿Trump se ha olvidado de la política cuando cancela los espacios de diálogo? ¿Lo hizo López Obrador en sus mañaneras? Por supuesto que no. Ambos, comprendieron que la descalificación permanente del adversario era el arma más poderosa de su discurso para movilizar a sus simpatizantes y que la verdad no importaba. ¿Realmente el maíz transgénico y glifosato exponen a la salud humana a grandes riesgos? A la política sólo le interesa quienes son los apoyadores de esa idea y sus opositores. Lo mismo sucede con los aranceles al acero, al aluminio o a los automóviles, que impondrá Trump a las exportaciones mexicanas.
La política es espacio de diálogo y de conflicto, de construcción institucional y de destrucción, de cooperación y de confrontación y esto es una realidad, aunque no les guste a los defensores idealistas del modelo democrático representativo. Las libertades en un espacio institucional son producto de luchas frontales contra los líderes autoritarios. La postura de que toda idea distinta es respetable es olvidar la política. Lo siniestro existe y hay que combatirlo.
Profesor de la Universidad de las Américas Puebla
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