En menos de una semana pasamos de los fusilamientos de Michoacán a la barbarie de Querétaro .
El video que circuló hace una semana de la salvaje ejecución de un numeroso grupo de personas en plena calle y a la luz del día en San José de Gracia y las imágenes difundidas durante la noche del sábado y el domingo —cuerpos inertes, rostros desfigurados— de lo ocurrido en el estadio La Corregidora nos sacuden como sociedad.
Ojalá todos los heridos del estadio vuelvan por su propio pie a casa. Aunque no se confirme una sola muerte en ese caso, es momento de hacer una pausa, darnos un instante de reflexión en medio de la vorágine.
Porque con cada una de estas historias morimos un poco como sociedad. El tejido social de nuestro país está profundamente rasgado. El sábado por la noche fuimos testigos de la absoluta descomposición social. Hemos alcanzado niveles de violencia nunca vistos, agresión exacerbada. Ya no hay límites y hemos ido perdiendo todos nuestros lugares seguros. Eso es lo que más duele. ¿Dónde nos resguardamos hoy?, ¿dónde protegemos a nuestras familias?
Un estadio de futbol. Un deporte. Un juego. Ni ahí.
Hay muchas razones que nos han conducido hasta este punto. El nivel de agresión que vimos el sábado no es una cosa aislada. Las imágenes de un fusilamiento en plena calle, apenas hace unos días, no son una cosa aislada. Escuchamos todos los días desde la más alta tribuna del país mensajes de división y de ataque. De unos contra otros. De buenos contra malos. Las palabras pesan. Hay que escogerlas bien. El presidente López Obrador no se asume presidente de todos. Ejerce como el presidente de unos cuantos y solo para unos cuantos. Los demás, bajo constante ataque, que se cuiden solos. ¿El discurso del odio y la división se habrá infiltrado en el ánimo general? Me temo que sí. Al cabo de atizar el fuego todas las mañanas, la pradera terminó por incendiarse.
Más grave aún: el crimen organizado ha infiltrado todas las esquinas de este país. Dotando al ánimo, ya encendido, de recursos, de herramientas, de armas, de drogas, de rutas. El objetivo del “abrazos no balazos” era recomponer el tejido social. Un fracaso a todas luces. Ni han disminuido los índices de violencia en las calles, ni las mujeres caminan más seguras, ni las drogas están más lejos de nuestros niños. Los jóvenes que observamos el sábado están a gran distancia del discurso oficial.
Es momento de empezar a pensar cómo vamos a reconstruirnos sin esperar a un gobierno que, claramente, nos ha dejado a nuestra suerte. Sin contar con el Estado de derecho que no existe en México. La impunidad como sello, motor y retroalimentador de la violencia. Tenemos que empezar a reconstruirnos no con este gobierno sino muy a pesar de él.