Enrique Peña Nieto entendió cómo quería López Obrador que se portaran los expresidentes: que se fueran, se callaran, que no trabajaran en ninguna empresa y que se sometieran.
Siguió al pie de la letra los mensajes del morenista, y a cambio, el presidente lo dejó en paz: desactivó personalmente cualquier expediente que hubiera contra su antecesor y en las mañaneras casi no se mete con él: en su narrativa de culpar a gobiernos pasados de los males actuales, se “salta” el sexenio de Peña Nieto y concentra sus ataques en Calderón, Fox, Salinas de Gortari y hasta Zedillo.
En sus mañaneras, el presidente López Obrador ha sido claro en mandar estos mensajes sobre cómo quería que fueran los expresidentes durante su mandato. Condenaba los activismos tuiteros de Calderón y Fox opinando sobre política, denunciaba los supuestos amarres bajo la mesa que buscaba hacer Salinas y descalificaba que Zedillo trabajara en Consejos de Administración de empresas privadas.
Así que Peña Nieto no hizo nada de eso. Ni habló, ni se metió en política, ni buscó incidir en temas nacionales ni se consiguió ningún empleo. El libro de moda, “Confesiones desde el exilio” del periodista Mario Maldonado, a través del cual Peña Nieto “rompe el silencio”, es una ratificación de todo esto: no hace una sola crítica a la administración de López Obrador, y sí en cambio se muestra como un expresidente que no se mete en política, que está bastante solo y que se la pasa jugando golf entre España y República Dominicana.
La única vez que el gobierno armó algo contra Peña Nieto fue una pantomima que duró menos de una mañanera. Tomó el micrófono el flamante titular de la Unidad de Inteligencia Financiera, el histórico izquierdista Pablo Gómez, relató un complejo esquema de empresas familiares para acusar a Peña Nieto de enriquecerse con miles de millones de pesos, y una vez que terminó su larga y tediosa exposición, López Obrador le quitó el micrófono y sentenció: no hay nada contra Peña Nieto y no se le está acusando a él de nada. Aniquilada la investigación, minimizado el jefe de la UIF, exhibido el pacto. Porque en el libro, Peña Nieto dice que no hay pacto. Es evidente que lo hay.
El contraste es especialmente notable con los mandatarios más odiados por López Obrador, cuya participación político-electoral está a la vista de todos, y que han tomado con orgullo la bandera de ser adversarios, enemigos frontales del actual gobierno, como Felipe Calderón y Vicente Fox, a costa de incesantes persecuciones.
A López Obrador le quedan cinco meses en el cargo. Me pregunto si en su calidad de expresidente se comportará como él pidió que se comportaran los otros. No lo veo metiéndose a trabajar —nunca lo ha hecho—. Pero si gana Xóchitl Gálvez, ¿se quedaría calladito y con las manos amarradas en su rancho? Si gana Claudia, ¿no se va a meter ni a operar desde las sombras? Ja.