Durante la campaña, una persona con muy buenas credenciales en la opinión pública y además muy cercana a Claudia Sheinbaum, se le acercó con la confianza de la amistad. Le preguntó si su apoyo a la reforma judicial era sólo para quedar bien con el presidente López Obrador para efectos de contar con su apoyo en la contienda, o si realmente estaba convencida de lo que planteaba la mentada reforma.
La persona estaba esperanzada en que Sheinbaum mostrara un talante sensato, moderado, distanciado de los arrebatos de AMLO, científico, académico, que siempre se le ha atribuido. La respuesta dejó a esta persona mitad sorprendida, mitad decepcionada: Claudia Sheinbaum le dijo que ella estaba genuinamente convencida de la reforma judicial.
Hay un grupo nada despreciable a los que podríamos llamar “los soñadores del 1 de octubre”. Está conformado por personas que piensan que en el momento en que se ponga la banda presidencial, la doctora Claudia Sheinbaum va a marcar un sello propio en su Presidencia, que pasará por descafeinar la reforma judicial, rescatar los órganos autónomos, salvaguardar al INE y al tribunal electoral, dejar de tirar el dinero en el Tren Maya, permitir la inversión privada en el sector energético. En síntesis, distanciarse de López Obrador.
Me gustaría equivocarme, pero no veo una sola señal de que eso vaya a suceder. Creo que es un anhelo, un deseo, un sueño, que no tiene asidero en todas las señales que ha mandado la presidenta electa. No sólo no se va a pelear con López Obrador. No va a marcar distancia, no va a diferenciarse y adoptará convencida toda su agenda de gobierno, plasmada en las reformas que le dejó de herencia, junto con las llaves de Palacio Nacional. La presidenta electa lo ha dicho con todas sus letras, pero además todas sus actitudes y posturas públicas y privadas van en esa dirección.
Las voces moderadas en Morena están apagadas, sometidas, temerosas. Me juego doble contra sencillo a que Marcelo Ebrard, Juan Ramón De la Fuente, Lázaro Cárdenas Batel y Ricardo Monreal están en contra de la reforma judicial. Pero no lo pueden decir. No tienen margen de maniobra. El que disiente es aplastado inmediatamente por el poder presidencial. En cambio, el que se cuadra recibe puesto en el gobierno. Por eso Arturo Zaldívar cambió su opinión sobre la reforma, y después de denostarle públicamente, ahora la aplaude. Por eso la ministra Loretta Ortiz que hizo declaraciones en contra de la elección de jueces por voto popular, ahora la impulsa. López Obrador los tiene atemorizados a todos. ¿Qué me dice de los empresarios mexicanos? Apanicados de expresar su opinión y sacudir el tablero, porque no quieren enfrentar la ira obradorista, la inagotable sed de venganza del presidente de México, avalada por la futura presidenta.
Y así, entre el miedo y el silencio de quienes podrían ponerle un alto al atropello, la reforma navega, con una advertencia creciente que llega desde afuera: apruébenla y además de la democracia, se les destruye la economía.