Como a todos los grandes empresarios, a Germán Larrea no le gusta que lo toquen. En febrero de 2006 transmití varios de mis programas de Televisa desde la mina de Pasta de Conchos, tras la explosión que dejó 65 mineros muertos. Al aire reporté lo que vi: las condiciones inhumanas en las que trabajaban para la empresa de Larrea, con la complicidad del sindicato encabezado por su millonario dirigente Napoleón Gómez Urrutia y la tolerancia del gobierno. Al regresar, se me informó que Larrea era parte del Consejo de Administración de Televisa y que se había quejado duramente de mi cobertura. No sufrí mayor consecuencia.
Segundo hombre más rico de México, encumbrado gracias a la exitosa gestión de concesiones gubernamentales sobre los hombros de denuncias de este tipo de malos tratos laborales y desplantes, Germán Larrea siempre fue uno los empresarios protagonistas del discurso de López Obrador desde que era dirigente opositor. La tragedia en Pasta de Conchos lo puso en su mira.
Se supo que Larrea antes apoyó los proyectos políticos que pudieran ganarle a López Obrador, más aún después de que el hoy presidente se alió con uno de los enemigos de Larrea, “Napito” Gómez Urrutia. A quien AMLO trató de convertir en una suerte de perseguido político/héroe sindical; a pesar de las denuncias de corrupción, de haber heredado el sindicato de su papá, de haberse enriquecido escandalosamente a costa de los trabajadores mineros (colección de autos de lujo, viajes excéntricos, etc.) y de jamás haber trabajado como minero.
Pero cuando ganó López Obrador la Presidencia, Germán Larrea hizo lo que prácticamente todos los grandes empresarios del país: se dobló ante López Obrador. Frente a sus malas decisiones económicas, frente a sus desplantes autoritarios, guardó un respetuoso silencio y jugó a arreglarse con el presidente en lo individual, en privado, en lo oscurito, apostando a que a él no le iba a tocar. Y le tocó. Le expropiaron. Y el silencio de otros empresarios de su calibre exhibe que están apostando a lo mismo. Interesante: los expertos en negociar consideran que es mejor enfrentar solos al gigante que unirse para ponerle un alto.
Por desplantes presidenciales como este, la inversión en México está apachurrada, a niveles del año 2014. Desde que AMLO llegó al poder, la inversión se deprimió, la pandemia acentuó la caída y la recuperación ha sido mucho menor a la que debería ser, especialmente porque México debería estar recibiendo carretadas de dinero por la ola geopolítica del nearshoring.
Con López Obrador hay pocas sorpresas. Un presidente que se da cuenta de que se le agota el tiempo y no da resultados, ya cantó cómo viene el resto del sexenio: a golpes autoritarios. Contra la Suprema Corte, contra el INE, decretazos, amenazas a ministros y periodistas, expropiaciones y solapando cualquier acto de corrupción en su gobierno, su gabinete y su familia. Y para esconder los fracasos y los golpes autoritarios, atiza la polarización.